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Tiempo para el alma

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”. Lc. 1: 46, 48.

Cuando pensamos en la Virgen María sole­mos relacionarla con la pureza, el amor ma­terno y el su rimiento indescriptible de la ex­pectación ante la cruz. María es, sin embargo, mucho más; un mucho más que nos sirve de modelo no solo a las mujeres, también a los hombres. Un mucho más que podemos redu­cir a estas palabras: valentía, obediencia y ser­vicio: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1:38). Imaginen na­da más en su época tener la valentía de esta aceptación sobreponiéndola al miedo ante una sociedad que no comprendería su embarazo “por obra y gracia del Espíritu Santo”.

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