ORLANDO DICE
Dos de dos
Como la caridad entra por casa, entre las cosas que prontamente deberá metérsele mano, ahora que se tratará de relanzar o fortalecer las relaciones entre Estados Unidos y República Dominicana, una será mejorar las sedes en Washington.
Dos vetustos edificios que datan de 1942 y que el tiempo cruel ha ido deteriorando de forma notoria: la embajada y la residencia del embajador.
Ambas piden a gritos un cambio desde hace años y el gobierno del cambio que llega ahora debe ocuparse, pues la soberanía nunca debe olvidarse de la dignidad del hogar.
Los embajadores a su paso lavan la cara, como si el problema fuera de pliegues y se resolviera inyectando botox. Quien más hizo fue Eduardo León, y en la época de Balaguer.
Aníbal de Castro, ya en la etapa del PLD, adecentó el sótano y en el área se crearon espacios de oficina, en particular el consulado. En la segunda planta funciona la delegación ante la ONU.
Gedeón Santos habría hecho el año pasado una remodelación muy moderna, sin escritorios y con una mesa con computadoras compartida por el personal a cargo.
La real preocupación sin embargo es la residencia, una situación que se padece, pero que a ninguna autoridad responsable apena.
Los presupuestos se quejan de que siempre los archivan, y los cancilleres, cuando conocen el área crítica, no reaccionan. Piensan -- al parecer -- que están visitando uno de los tantos museos de la ciudad.
El costo de la remodelación se acercaría al medio millón de dólares que puesto en pesos serían millones, y con las urgencias y las emergencias la nueva administración no podría darse ese lujo.
No obstante, existen opciones. El sector privado dominicano sufre vergüenza ajena cada vez que acude a dichos locales y estaría en ánimo de cooperar. Incluso hizo ofertas en el pasado.
Ahora sería una oportunidad, y tal vez no haya que tocar la puerta, sino dejarla entrejunta. Los empresarios sabrían cómo actuar, y estratégicamente sería una inversión.
Conviene ver la herida en el costado del Cristo resucitado.