La transición
La transición para la asunción del poder político tras las elecciones nacionales -de tres meses establece la Constitución, aunque en 1966 fue de un mes y en 2020 de 41 días- es un período consignado para que los que entran se ‘empapen’ del estado del gobierno, las finanzas, los programas en curso, las nóminas, las proyecciones, las modalidades a aplicar en lo que se denomina ‘la continuidad de Estado’. Para los que salen, un tiempo para organizar una entrega de los procesos ejecutados y en curso, el traspaso de los bienes puestos en sus manos, una rendición de cuentas.
Pero esa imposición choca con muchas aristas. Pese a los estragos de la pandemia, tanto en las crisis sanitaria que sufrimos, como la de la economía que sentimos y se proyecta como muy severa, el ejercicio de la transición se caracteriza por las suspicacias sobre cualquiera de las acciones de los incumbentes salientes. Es esa suspicacia que lleva a tipificar de ‘indelicadezas’ acciones como el decreto del aeropuerto, el ascenso de coroneles, la colocación directa de 500 millones de dólares en el Banco de Reservas. Es un período caracterizado por las traiciones, las denuncias, las amenazas, los insultos más vulgares y sin desparpajos. Un tiempo en que muchos que han disfrutado de lo que se encasilla como ‘las mieles del poder’, se presentan hoy como ‘quintas columnas’ pretendiendo insertarse en el nuevo gobierno.
Un período, por demás, que aprovechan los vocingleros mediáticos, políticos, ‘comunicadores’ frustrados y las desenfrenadas redes sociales para azuzar el morbo y la vendetta.