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La familia, ¡Qué rebolú!

Hablar de la familia es dispara­toso, por­que uno no sabe a qué se está refi­riendo, algunas veces se trata de un conjunto de personas sin una apro­piada identificación co­mo grupo.

Se habla también de la familia dominicana, y ahí es que la puerca re­tuerce el rabo porque es muy difícil identificar los miembros de ese conglo­merado.

Se habla de la familia o comunidad humana, y uno no sabe de qué es­tá hablando. A pesar de eso hay unos valores que son necesarios para man­tener en pie esa expe­riencia tan hermosa que todos conocemos y lla­mamos familia.

Hay familias desin­tegradas, familias que no tienen criterio fami­liar y familias que no saben que es familia, se requiere, con todo, ha­cer referencia a un pun­to de origen al cual es­tamos vinculados por la sangre, por los senti­mientos y por intereses comunes que nos per­miten crecer en una for­ma armoniosa a pesar de los disparates y con­tradicciones a los cuales nos vemos sometidos diariamente, pero que van orientando nues­tra identificación como miembros de un núcleo que nos mantiene con ciertos criterios de uni­dad. Cuando hablamos de la familia dominica­na, la situación se agra­va mucho más porque la población nuestra está compuesta por muy di­versos extractos que po­co tienen de asimilables en conjunto.

Hablemos de la fami­lia humana y ahí coinci­diremos en una realidad, en que todos formamos parte de un origen crea­dor y de un anhelo de en­cuentro que da sentido a nuestras vidas.

El esfuerzo más im­portante de todos debe­ría dirigirse a aunar sen­timientos, corazones y metas que hagan posible trascender las mediocri­dades a las que estamos sometidos los seres hu­manos y que son causa de inseguridad, intran­quilidad y de desarmo­nía espiritual.

Para dar ese paso es necesario tener bien claras las metas espiri­tuales que uno tiene por delante y abandonar los criterios mediocres que dirigen el mundo y que imposibilitan la razón última por la cual nos movemos y existimos.

La clave última pa­ra lograr el triunfo y de­sarrollo espiritual es sin dudas el amor que al fin de cuentas es lo que más nos asemeja a quien creó y puso la base para que fuéramos todos una fa­milia respetuosa de unos hacia los otros.

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