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Elecciones atípicas

La atipicidad del proceso electoral al que acabamos de asistir los dominicanos no solo se debe a la posposición del evento programado constitucionalmente para el día 17 de mayo de este año (como consecuencia de la pandemia provocada por la Covid-19) en el que elegiríamos a los representantes ante el poder legislativo y al presidente y vicepresidente de la República, sino, además, a acontecimientos que sirvieron de preludio para marcar el inicio de un novedoso calendario dividido en dos episodios, consumados, que contaron con las proclamas respectivas de la Junta Central Electoral.

La pandemia trastornó los calendarios en 67 países que tenían previstas elecciones o eventos de consulta popular de diferentes tipos y dimensiones: presidenciales, congresuales, municipales, nacionales, regionales, estatales y referéndums que fueron recalendarizados. De éstos, 48 decidieron, tomando las medidas sanitarias adecuadas, celebrar sus actividades comiciales y de consulta; 30 de los cuales son eventos de carácter nacional, y la República Dominicana fue uno de ellos que, junto a otros doce países o territorios, ya han celebrado sus eventos electorales.

El dos de marzo, cuando aún no se sabía el impacto que tendría en nuestro continente la enfermedad, Guyana celebró elecciones; el 16 de febrero lo haría nuestro país, solo que las dominicanas fueron interrumpidas a pocas horas de comenzar por cuestiones ajenas a la pandemia y relacionadas con el evento preludio que tuvo como teatro las primarias en el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), que a su vez tuvieron un preámbulo en la lucha por la defensa a la Constitución frente al intento del presidente Danilo Medina de reformarla por segunda vez con el único propósito de optar por otra reelección para continuar en el Presidencia de la República por un tercer período consecutivo, una acción que nunca fue intentada por los regímenes de fuerza que hemos sufrido.

Frustrado aquel proyecto, bajo el liderazgo de Leonel Fernández, que concitó el respaldo de la mayoría de las bases del PLD y una gran parte de la población y sectores organizados de la sociedad, Medina se concentró en la ley de partidos para ponerle candados a una posible candidatura del principal responsable de su derrota en el Congreso de la República. Maniobró, recurriendo a toda suerte de recursos para conseguir una ley que le permitiera poner el Estado a su servicio para disponer de todas sus “facilidades”, incluyendo el poder de “seducir” a los integrantes del órgano encargado de conducir el proceso.

Bajo sus reglas, y con una JCE sorda para la oposición y ciega para las evidentes tramas del gobierno, se celebraron unas primarias en las que hubo lugares donde se votó hasta el día después de lo establecido por la Constitución; en ellos ganó el Gobierno todas las mesas y el promedio de votación superó al resto del país. Se implementó el voto automatizado sin previa auditoria de los equipos y luego de que el presidente de la JCE dijera públicamente que solo se utilizaría con el consenso de los partidos; no lo hubo, y eso explica que cuando se revisaron mesas fuera de las que él había preseleccionado para el cotejo del voto físico con el electrónico, existía siempre una diferencia que perjudicaba a Fernández.

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