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OTEANDO

Mitiguemos las miserias del poder

Pasaron las elec­ciones presiden­ciales. Pasó -al menos en las apa­riencias que pro­yectan algunas ilusiones- el cálculo utilitarista para defi­nir la relación coste- beneficio entre cantidad de muertos y cantidad de votos. Y aunque en nuestra política vernácu­la siempre parece que fue, es y será así, porque siempre ha­brá una excusa y siempre se podrá decir, por ejemplo, que a los que hoy ha matado el Covid-19 ayer los mataba el hambre, y que siempre serán esa suerte de “Tercer Estado” del Antiguo Régimen que, co­mo ha dicho un célebre abo­gado dominicano, “solo pien­san hasta las doce del día”, porque desde que llenan la panza nadie les hace razonar ni por bien ni por mal, cabe soñar con que alguien tendrá un enfoque, una explicación y una receta diferente que esti­mulen una nueva manera de confiar.

Y ese enfoque, esa explica­ción y esa receta no pueden venir de los que se han ido o de los que se van, porque ellos ya pusieron en práctica su vi­sión ideológica del Estado en lo que hace a cómo debieron marchar sociedad, política y economía, tuvieron un discur­so y justificaron todo lo hecho en un relato que no ha cam­biado para nuestras democra­cias occidentales ni parece que cambiará en lo inmediato. To­do ello debe surgir de las au­toridades recién electas, que han propuesto un cambio de modelo y a las que el pueblo le acaba de dar la oportunidad de que lo ponga en práctica.

La mayoría de los hom­bres y mujeres de Estado sa­ben que el poder no es más que esa imaginada realidad que se aspira de un modo y se ejerce de otro, cuyas me­tas, en gran porcentaje, se emprenden con entusiasmo y se abandonan con frustra­ción, que es entorpecido por el egoísmo ajeno, que hace envejecer por la impotencia y las decepciones, que mer­ma sueño, felicidad y vida.

Pero aun así, vale la pena ponernos a recaudo del nihi­lismo. En el presidente elec­to se percibe un deseo de ha­cerlo bien y vale la pena que todos practiquemos la sensa­tez y la nobleza que deman­da ese propósito, prestando nuestro concurso para que lo logre en la medida que lo permitan las circunstancias. Parece inclinado a ejercer el poder sin retaliación, y eso ya, de hecho, es un buen co­mienzo. Intentemos entre todos mitigar las miserias del poder, dándole a él lo que a otros ha sido negado. Así, se­guro avanzaremos.

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