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FE Y ACONTECER

“Solemnidad de la Santísima Trinidad”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Domingo X. Tiempo Ordinario 7 de junio de 2020 – Ciclo A

Este domingo ce­lebramos la So­lemnidad de la Santísima Trini­dad y se retoma el Tiempo Ordinario, que se prolongará hasta la fiesta de Cristo Rey, en el mes de no­viembre.

a) Del libro del Exodo 34, 4-9.

Este fragmento nos mues­tra que el Dios del Pueblo de Israel, conducido por Moi­sés en el desierto, es compa­sivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia. No es lejano e inaccesible, sino próximo al hombre, por eso perdona la infideli­dad de los israelitas (idola­tría) y renueva su Alianza con su Pueblo al que toma como heredad suya.

Repasando el Antiguo Testamento, podría tener­se la idea de que Dios es le­jano e implacable frente a la debilidad humana, pero no es así. El Dios revelado por Jesucristo, imagen visi­ble del mismo, es un Padre amoroso, cercano, el mismo que aparece conduciendo a Moisés por el desierto, “un Dios lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. A par­tir de la Encarnación de Je­sús, Hijo del Padre, Dios se comprende y define en refe­rencia a Jesucristo que es la imagen y la revelación del Dios Uno y Trino.

b) De la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 13, 11-13.

San Pablo en la despedida de esta carta a la comuni­dad de Corinto con su ex­hortación final a estar ale­gres, y de forma precisa expresa sus calurosos sen­timientos y su esperanza de que en esa comunidad vivan según las promesas bautismales. Los versícu­los finales parece que eran usados en las liturgias de la Iglesia primitiva, se han utilizado como saludo ini­cial en la Eucaristía, que es la proclamación de nuestra fe comunitaria y nuestra co­mún alabanza, por medio de Jesucristo, al Dios uno y trino. Esta fórmula trinita­ria, atribuye a cada persona de la trinidad una función, aunque toda acción salva­dora es común en la Santísi­ma Trinidad.

c) Del Evangelio de San Juan 3, 16-18.

Este evangelio es de un con­tenido trascendental: se ha­bla en él directamente del Padre y del Hijo, pero no del Espíritu Santo, aunque se apunta a una teología tri­nitaria viva y no conceptual, pues se muestra a Dios ope­rando por amor la salvación del hombre.

“Tanto amó Dios al mun­do que le entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”. El motivo de la en­trega es el amor de Dios al mundo y la finalidad de ese don personal en Cristo es la salvación y vida del hom­bre por la fe en Jesús. Él es, por tanto, el gran signo o sa­cramento del amor trinita­rio a la humanidad, paten­te en su encarnación, vida, mensaje, pasión, muerte y resurrección. Ahora bien, puesto que el móvil de la encarnación y muerte re­dentora de Cristo es el amor de Dios al hombre pecador, queda claro que “Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el hombre se salve por Él”.

La entrega de Jesucristo para la salvación del hom­bre es perenne, no queda en un hecho pasado, sino que se repite constantemente, en el acontecer de nuestra vida, del mundo y de nues­tra comunidad. Especial­mente por el anuncio del evangelio y por los sacra­mentos en los que Dios ope­ra la redención humana, como afirma la liturgia con­tinuamente. Las tres Per­sonas divinas están en un eterno diálogo de amor.

El misterio trinitario es para vivirlo en la medida de nuestras posibilidades, pues para eso nos lo reveló Jesús. Y se vive y se entiende expe­rimentando y vivenciando en la fe la relación filial con Dios por medio del Espíri­tu de Cristo que habita en nosotros, es nuestra obliga­ción y responsabilidad em­plearnos a fondo en esta ta­rea.

Que el Señor nos acom­pañe durante nuestro pa­so gradual a la normalidad y que la peste se aleje de nuestras tierras.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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