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FE Y ACONTECER

VI Domingo de Pascua

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

17 de mayo de 2020 – Ci­clo A

a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 5-8.14-17.

Felipe fue un ins­trumento de conversión, pa­ra muchos sa­maritanos a quienes bautizaba. Su acti­vidad misionera en Sama­ría fue el primer paso serio e importante para el desa­rrollo de la vocación uni­versal del Evangelio. En este avance decisivo del Evangelio no podía estar ausente la Iglesia madre de Jerusalén, por eso envía a Samaría a sus dirigentes más representativos: Pe­dro y Juan.

Se acentúa la necesidad de la presencia y control de la Iglesia de Jerusalén, de suerte que sin ella, la misión podría parecer incompleta, por eso San Lucas señala que los nuevos cristianos de Samaría no habían recibi­do el Espíritu Santo, a pesar de haber sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Los enviados de Jerusalén, Pedro y Juan, confirman la predicación de Felipe y la extensión del Evangelio en Samaría, por medio de la imposición de las manos ellos recibieron el Espíritu Santo.

b) De la primera carta del Apóstol San Pedro 2, 4-9.

El autor de la Carta pre­senta las consecuencias prácticas que se deducen de la aceptación de la fe y de la recepción del bau­tismo. Exhorta y anima a los neófitos a sentirse fuer­tes en su adoración a Cris­to, para que puedan justi­ficar su fe ante cualquiera que los cuestione. La con­clusión de Pedro refuerza su instrucción con una re­ferencia a la muerte que el cristiano atraviesa cuando es bautizado para, poder nacer a la nueva vida en Dios. El cristiano camina motivado por la esperanza que no defrauda, Cristo ha resucitado y ha vencido a la muerte, Él es el camino a seguir para llegar al Pa­dre.

c) Del Evangelio de San Juan 14, 15-21.

Jesús da a sus discípulos un mensaje de esperanza y la certeza que si siguen sus mandamientos recibirán el Espíritu Santo, que se cons­tituirá en su Defensor, un Paráclito que permanece­rá con ellos siempre. Es así como en el texto evangélico de este Domingo, se distin­guen dos secciones: la Ve­nida del Espíritu como don de Cristo y del Padre (vv.15-17), y el retorno de Jesús (vv.18-21).

En su discurso de despedi­da en la Última Cena, este es el primero de los cinco pasa­jes en que es mencionado el Espíritu Santo por Jesús: “Yo le pediré al Padre que les dé otro Defensor que esté siem­pre con ustedes, el Espíritu de la Verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni le conoce; ustedes, en cambio, lo conocen porque vive en ustedes y está con us­tedes” (vv.16-17). La Iglesia es la comunidad del Espíritu, aunque no con sentido exclu­sivista, pues también fuera de la Iglesia actúa el Espíritu de Dios, que se comunica al cristiano mediante el bautis­mo, la imposición de manos y la oración de los Apóstoles y de los hermanos para rea­lizar, conforme a la prome­sa de Jesús, las tareas que en su discurso de despedida señala como propias del Es­píritu.

Por eso, el Espíritu es el gran don de Cristo re­sucitado a la Iglesia, naci­da del misterio pascual, el mismo que mantiene uni­da a la comunidad y la impulsa hacia la audacia evangelizadora y fiados en la palabra de Jesús: “no los dejaré desamparados, volveré”, sabemos que su promesa no es futurista, sino realidad ya presente por el Espíritu. Aquí está el fundamento de nuestra esperanza cristiana en to­do momento de bonanza o tribulación.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra

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