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El peregrino de Puerto Plata y una reflexión desde la fe

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P. ROBERT A. BRISMAN P.Santo Domingo

El pensamiento de Dios ronda la mente del hombre desde tiempo inmemorial. Esto aparece en todos los lugares y en todos los tiempos, hasta en las civilizaciones más arcaicas y aisladas de las que se ha tenido conocimiento. El hombre, aunque muchos no quieran reconocerlo, siempre ha tenido una sed de infinito. No hay ningún pueblo ni período de la humanidad sin religión. Es algo que ha acompañado al hombre desde siempre, como la sombra sigue al cuerpo. El hombre busca respuesta a los grandes enigmas de la condición humana, que ayer como hoy se presentan ineludiblemente en lo más profundo de su corazón: el sentido y el fin de nuestra vida, el bien y el mal, el origen y el fin del dolor, el sentido del sufrimiento, el camino para conseguir la verdadera felicidad, la muerte, el juicio, etc. Decía Aristóteles que, si la religión es una constante en la historia de los pueblos, ha de ser porque pertenece a la misma esencia del hombre.

El papa san Pablo VI dijo: “La religiosidad popular puede producir mucho bien”; y san Juan Pablo II, en su mensaje dirigido a la plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, del 21 de septiembre del 2001, dijo: “El pueblo de Dios necesita ver, en los sacerdotes y en los diáconos, un comportamiento lleno de reverencia y de dignidad, que sea capaz de ayudarles a penetrar las cosas invisibles, incluso sin tantas palabras y explicaciones” (n.3); y también: “La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más auténticas… favorece la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los sagrados misterios” (n 4).

Con lo anterior dicho, lo que queremos decir es que, lo sucedido en Puerto Plata el pasado domingo 26 de abril con la presencia de “el peregrino” y la multitud de gente que se aglomeró en torno a él, siguiéndolo en una muestra, - si se quiere -, de apoyo y manifestación religiosa, no la podemos ver únicamente desde el aspecto meramente sociopolítico y de salud, sino que es conveniente verlo desde el punto de vista religioso. Ese acto fue una manifestación de lo que es o se ha llamado religiosidad popular.

Tengamos en claro lo siguiente. Al usar esta expresión, estamos uniendo dos términos: “religiosidad” y “popular”. La religiosidad equivale a la práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas. Y la religión, como virtud, mueve a dar a Dios el culto debido. Lo “popular” es lo relativo al pueblo, lo que viene de la gente común. No se trata de “esto o lo otro”, sino de “esto y lo otro”. En la historia de la espiritualidad cristiana se constata que grandes movimientos de renovación han ido unidos a la promoción de la piedad del pueblo. Según el Cardenal argentino Eduardo Francisco Pironio, hay una relación estrecha entre religiosidad popular e inculturación. La religiosidad popular es la manera en que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es vivido y se manifiesta en el pueblo. Ahora, la gran tentación de la religiosidad popular es la superstición, aunque no necesariamente ha de caer en ella. El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Sin olvidar la necesidad de la penitencia y la conversión.

Mucha gente en sus comentarios de lo sucedido con este peregrino en Puerto Plata tildó el hecho como una muestra de la ignorancia del pueblo, de la gente, de un país que le falta mucho por recorrer en el camino de la educación; y otros calificativos más. Se da a entender con esto como que, la persona que tiene alguna creencia en un ser divino, llámele como le llame (Dios, Jesucristo, Jehová, Yahvé, Buda, Alá, Nirvana…), es nada más que un ignorante; tener una fe en lo trascendente, para muchos es signo de ignorancia, atraso, brutalidad. Vivimos en una cultura que, a menudo, caricaturiza la fe como algo que no pasa de ser mera credulidad, intolerancia y superstición. La fe cristiana confía totalmente en la recta razón, mediante la cual se puede llegar al conocimiento de Dios. Para el creyente, la razón es inseparable de la fe y ha de ser respetada como un don divino que es. Se podrá aducir que lo sucedido en Puerto Plata fue un acto de imprudencia, debido a la situación de confinamiento que, por causa de la pandemia del coronavirus estamos viviendo. Pero señalar o afirmar que fue un acto de ignorancia, eso habría que analizarlo más detenidamente. La religión no es ignorancia, creer en Dios no es ignorancia. No se trata de seguir comiéndose la famosa frase de Carl Marx de ver la religión como el opio del pueblo. Y es que en estos momentos que estamos viviendo, el ser humano necesita aferrarse a algo o a alguien más allá de lo que le rodea. Se dijo que muchas de las personas que se unieron a el peregrino lo hicieron buscando sanación y protección del virus; se dijo también que algunos que estaban contagiados por el virus se unieron a la manifestación con esa intención y por eso se produjeron algunos contagios más. Se acusó a las autoridades civiles y religiosas (sobre todo a la Iglesia Católica), de la provincia de no haber actuado correctamente y más bien que apoyaron la manifestación. Quiero pensar que el peregrino nunca le dijo a la gente ni la incitó a que le siguiera; él simplemente estaba caminando con sus personales intenciones y la gente quizás vio en él una “esperanza”.

El sufrimiento que Dios permite que nos llegue, puede a veces ser una excelente advertencia a cerca de una insuficiencia de la vida en la tierra. Como un aviso que nos recuerda que no confiemos en las fuentes pasajeras de la felicidad. No podemos pretender que los problemas tengan que desaparecer por sí solos por el mero hecho de creer en Dios. Es verdad que la fe ayuda a afrontar esas situaciones y a estar alegres, pero no las hace desaparecer. Solamente el hombre cuando sufre, sabe que sufre, y se pregunta entonces por qué. Y sufre de una manera más profunda cuando no encuentra para ese dolor una respuesta satisfactoria. El mensaje de fe cristiano afirma que el sufrimiento es una realidad que está vinculada al mal, y que este no puede separarse de la libertad humana, y por ella, del pecado original. Pero también es cierto que el sufrimiento, más que cualquier otra cosa, abre el camino a la transformación de un alma.

La religión necesita de la religiosidad popular. No se trata de eliminar la religiosidad popular, sino más bien de purificarla de lo pueda tener de mágico o superstición, con prudencia y paciencia, con una catequesis atenta y respetuosa. La religión se nutre de la religiosidad popular.

Sacerdote católico de la Arq. Sto. Dgo.

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