EL BULEVAR DE LA VIDA

La desgracia nacional

Lo que se nos ha echado encima a los dominicanos, no es solo co­sa de un coronavirus que tiene el poder de transformar e inclu­so de quitarnos la vida y, de pa­so hacernos añorar -ya sin mar, sin vuelta al Sur, sin azul, sin cumbres repetidas ni tem­pestades de cariño-, aquello que tuvimos hasta ayer y no supimos valorar. (Hagan memoria, lean a Sabines, y pidan tres frías al colmado).

El pasado jueves, “la peña internacional”, que reúne a dos embajadores de las Euro­pas, tres dirigentes de oposición, cuatro fun­cionarios del gobierno, un cantor romano y otro que NO es de Los Pepine, en fin, todo un fraternal zoológico psiquiátrico de gen­te maravillosa se reunió por primera vez y después de casi dos meses a través de la apli­cación ZOOM, ¡Ay!, y la alegría se podía res­pirar. Y es que los bienes materiales sin vier­nes de amistades, (vino, música, un libro, y esos amores que de tan ciertos son imposi­bles) son apenas males, simples cosas, solo cosas cuyo encanto como el sexo sin amor comienza a morir con la posesión.

Pero el asunto es más grave. La gran des­gracia nacional ha sido la infeliz coinciden­cia de que este bicho haya llegado al país en medio de una campaña electoral, justo y cuando atraviesa la nación por una estado de desconfianza generalizada entre los pro­pios ciudadanos, desconfianza de los electo­res hacia la democracia y sus instituciones, y en especial hacia las instituciones políticas, sus príncipes y su Duquesa.

Y como en la historia de la humanidad, por alcanzar el poder político siempre se ha matado -simbólica o literalmente-, pero se ha matado, hay que imaginar lo que nos fal­ta por ver y padecer en lo que queda de esta singular campaña de unas elecciones que el mismo coronavirus hacen parecer inciertas.

Y aquí estamos una vez más, viendo el transfuguismo que va y viene, la urgencia de los partidos por “barrer pa’ dentro” no im­porta qué ni a quién si aporta un voto, “la operación ambulancia” recogiendo egos he­ridos, ay.

Por cierto, los equipos de sicarios mediá­ticos de los tres grandes bloques partidarios deberían recordar que nadie tiene la exclu­sividad de la indecencia, que donde las dan las toman y que quien a hierro mata no pue­de morir de infarto. ¡Ocupen su localidad, que ahora es que falta mambo!

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