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EL DEDO EN EL GATILLO

Cuatro personajes en busca de un lector

Los amantes de las letras prefieren historias sobre gentes cercanas a la vida. Es decir, hombres y mujeres que transpiren. Con ellos se aprende el extraño oficio de emprender. Los maestros literarios se esmeran en no sacarlos fuera de contexto, y luchan por lograr la expansión de sus conductas y experiencias en tiempo y espacio para demostrar que el mundo es un refugio donde los finales felices e infelices pueden cobijarse bajo un mismo techo. Esos personajes corren hacia su propio reencuentro o destrucción. Son los amigos de siempre: inalterables, obligados a ser, a enfrentar, a mirar un mundo donde la sabiduría y la irracionalidad se dan la mano con plena conciencia de la realidad que les espera.

Don Quijote de la Mancha es el símbolo del coraje de soñar, aún en las peores circunstancias. Algunos lo vinculan con un cetro de aventuras. Sin embargo, un estudio de su personalidad pudiera arrojar otros resultados. Don Quijote rescata una imagen humanista. El personaje de Cervantes, no es un joven simpático y halagüeño, sino un anciano, lanza en ristre, acompañado de un humilde escudero cuyos conocimientos sobre la vida y la conducta de los hombres los ha aprendido de labios del “Caballero de la triste figura”. Al contrario de los bemoles laudatorios, Don Quijote no es un ser triste. No puede serlo quien lucha, ama, sueña, confunde molinos con gigantes (verdad con la mentira); un ser que solo tiene su ideal como modelo de conducta, sin necesidad de ejércitos, ni trajes opulentos, ni armas nucleares para enfrentar lo injusto, y transformarlo.

El protagonista de “La montaña mágica”, el joven Hans Castorp, llega como visitante a un sanatorio de Los Alpes suizos, donde no existe el tiempo. En ese lugar, el protagonista encuentra la libertad de reflexionar. Cada día los temas existenciales que aborda con los allí recluidos, le impiden abandonar la estancia donde paradójicamente, se ha reencontrado.

Thomas Mann lo diseño con trampas para advertir la importancia de la soledad, porque los parajes extraños y malditos solo pululan por nuestra mente. No hay sitios mejores o peores por fríos o calurosos que aparenten. El hombre, donde menos se imagine, puede encontrar su propia dimensión, levantar su choza y abrirle la puerta a quien lo escucha. Esa choza puede ser su hogar definitivo lejos de la fama, el dinero y los placeres.

Con Jean Valjeant se aprende que el pasado es un animal entrometido cuando nadie lo espera. Su historia es la de un analfabeto huérfano, ladrón de baratijas para mantener a los siete hijos de su hermana viuda.

Su contexto no le permitió acercarse a la honradez durante su juventud.

Por años se formó bajo en las mazmorras galas. Fuera de ellas y sin documentos, ni oficios, ni esperanza, golpea a un sacerdote para escapar con objetos de plata. El religioso lo exonera, pero el implacable comisario Jovert lo perseguirá por el resto de su vida, a pesar de transformarse en un dechado de honradez y apoyo a los necesitados.

Tendrá que defender a la hija una prostituta enferma. Trata de mantener a la niña ajena a su pasado, y ya en París, también protege a su joven enamorado, vinculado al ala radical de la Revolución Francesa.

Este breve recuento se ha extrapolado de las adaptaciones literarias y versiones cinematográfica para advertir la contra historia. Todos llevamos dentro una porción de ese Jovert. Y también de jean Valjeant, por supuesto. El comisario vivirá asechando a su presa bajo un dudoso concepto de justicia, como si la condición humana impidiera vestir trajes de ocasión. Pero con independencia del flujo de verdades o mentiras, dentro de esta historia, se mueve un hecho cierto: El pasado es una daga que siempre llevamos tendida en la espalda, invisible y amenazante. Siempre el perseguido tendrá la marca de su perseguidor.

El trastorno de la personalidad encuentra en Robert Louis Stevenson un esplendor que ha resistido el paso del tiempo. El protagonista de su novela psicológica se acerca a los parámetros que Maquiavelo advirtió siglos atrás. Solo que el letrado inglés lo ha llevado a extremos en una historia de ficción. Su novela, “El doctor Jekyll y Mister Hiide”, crea dos personajes dentro de uno solo donde el bien y el mal se esconden y conviven guardando sus respectivas distancias. Ambos esperan el momento adecuado para saltar. Uno en el día y otro en la noche. Es algo como la parábola del ser. Nadie escapa a su propia incertidumbre porque, a fin de cuentas, los mortales son buenos y malos a la vez, sin importar la mueca o la sonrisa que esgriman como entes de una sociedad predispuesta a borrar sentimientos afectivos con sabor a eternidad.

Don Quijote creó una especie de héroe legendario dentro de un saco de huesos, y preparó su mente para combatir el lado oscuro de la vida a partir de lo justo.

Hans Castorp encontró el mejor lugar para vivir en los Alpes de Davos, donde halló respuestas necesarias.

La lección de Jean Valjeant infiere temor: “el ojo que miras no es ojo porque lo miras, sino es ojo porque te ve”.

Y el Doctor Jekill y Mister Hide, retratan la doble moral de manera cruel.

Estos cuatro seres pertenecen al reino de la invención. Sin embargo, siempre han encontrado vigencia porque a fin de cuentas, son productos que, aunque irreales, nacieron con sangre y coraza. El gusano comido, puede roer mañana el vientre de quien lo alimentó.

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