EL CORRER DE LOS DÍAS
Tío Herófilo. Juegos de la memoria
¿La memoria de la primera infancia está hecha de pedazos de realidades perceptibles para otros y todavía imperceptibles completamente para nosotros?
Con los años, al volver hacia el comienzo de lo pensado, comprendemos que el pasado y el pensamiento con el que tratamos de recobrar la memoria están hechos de puntos luminosos cuya conexión marca lugares que nos impresionaron, terrenos mas ligados a lo que ahora el recuerdo les dona significado.
He pensado siempre que, en las improntas misteriosas habidas sorpresivamente en los años más tiernos, hay una profunda base nada intencional, algo pura, sin contaminaciones, de lo cual nacen visiones conformadas, sentimiento de cariño. No solo existen sentimientos que, nada manejables traen su propia pureza como el halito familiar de alguien a quien nos hubiera gustado querer del todo, como lo fuera mi tío Herófilo el día en que me llevara de regalo dos tórtolas en una jaula de madera trenzada. Fue la única vez que recuerdo haber visto su rostro anguloso, pero mi madre avivó siempre su recuerdo. Más alto que el pino que alguien sembró al sur del edificio del Padre Andrickson, lo imagino jugando al beisbol. Perteneció al equipo Licey en el año 1913. En la única foto de ese equipo ese año, se aprecia el tío con un bate como arma, era su instrumento de ataque beisbolero con el que se hizo famoso como slugger.
Enrique Santamaría, cuya crónica del recuerdo sirvió para reconstruir la fundación del Licey, le conoció y le vio jugar, y lo dejó descrito en datos básicos sobre el 1907 cuando se refiere a la escuadra azul de 1913. Sus batazos eran espectaculares. Lo presiento luego como el tío que ya “volví” a ver en descripciones familiares escuetas y envueltas en elogios por aquel batazo conectado a tal distancia que se convirtió en leyenda como el “batazo de Maggiolo” que mi madre describía de oídas y que yo saboreaba en mi adolescencia gozando de crónicas sin anotadores. .
Mario Álvarez Dugan, en un magistral resumen del beisbol dominicano, repite los elogios de Enrique Santamaría quien afirma que para Herófilo eran comunes batazos cuyas distancias sorprendían al público. Eran estacazos cada
vez asombrosos. Completa Chuchito parte de una historia deportiva familiar destacando que Herófilo, también hermano de mi tía Enriqueta Maggiolo, era también tío de Alicia Cruzado Maggiolo, voleibolista miembro del Salón de la Fama del Deporte Dominicano que puso en alto al país en eventos internacionales.
Entonces comprendí que las historias que nos llegan de la vida familiar se quedan para siempre cuando se alojan en nuestro ego, como se ha quedado en mí el canto de otras tórtolas, poco después de comenzada la década del 40, en la música y la letra de una can
ción que comenzaba señalando “el canto lastimero de una tórtola sola, es más dulce y sincero que una inmensa congoja”.
Todavía en las recaudaciones musicales de Internet me topo con las voces del dúo Pérez Rodríguez con esa melodía cuando mis tórtolas habían desaparecido, ahora suplemento del pasado, me hacen pensar en el tío ausente más querido. Pero en la letra de esa canción aún hay algo que me aflige. El no haber gozado más la presencia del tío Herófilo. Es difícil explicarme el verdadero porqué de esta carambola mental que afecta aun mi alma de poeta.