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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Evitemos estigmatizar por el coronavirus

Cuando se decidió levantar una unidad de aislamiento para enfermos de coronavirus el pasado 2 de marzo en la Base Naval de Boca Chica, una ruidosa protesta de los vecinos impidió a las autoridades materializar la iniciativa.

Igual actitud asumieron el pasado miércoles residentes en Manoguayabo, de Santo Domingo Oeste, contra reos de la cárcel La Victoria infectados del virus y traslados a un centro de corrección de menores allí para detener la cadena de contagios en el penal.

Y no solo en el país se asume esa actitud. Un total de 72 personas -incluidos cinco estudiantes dominicanos- que estuvieron varados en Wuhan, el epicentro de la pandemia que ha conmocionado al mundo, fueron recibidos el pasado 21 de febrero a pedradas en Novie Sanzhari, Ucrania.

Los manifestantes ucranianos incluso cortaron calles y carreteras para obstaculizar el paso del vehículo en que eran trasladados hacia el centro médico donde fueron instalados para cumplir una cuarentena antes de retornar a sus países de origen.

También en febrero pasado, el crucero Meraviglia, con alrededor de 6,000 pasajeros, se le impidió atracar en los puertos de Jamaica y Gran Caimán, solo por la sospecha de que uno a bordo estaba infectado de Covid-19. El buque pudo hacerlo finalmente en el Estado de Cozumel, en México, por disposición del presidente de esa nación, Andrés Manuel López Obrador.

En Cali, Colombia, vecinos temerosos pidieron expulsar del edificio donde residen a un médico, simplemente porque trabaja en un hospital asistiendo a infectados de coronavirus.

El rechazo ha alcanzado tal magnitud que las familias prefieren ocultar cuando algún miembro está contagiado, debido a la repulsa que pudiera generara entre sus vecinos más cercanos. Basta recordar el trato dado a los leprosos en la antigüedad para evitar repetir esa actitud de rechazo hacia las personas que padecen alguna enfermedad, incluida la actual con su elevada carga de temor y recelo.

El libro de Levítico, en la Biblia, capítulo 13 versículos 45 y 46, describe el drama que vivían estas personas: “El afectado por la lepra llevará los vestidos rasgados y desgreñada la cabeza, se cubrirá hasta el bigote e irá gritando: ¡Impuro, impuro! Todo el tiempo que dure la llaga, quedará impuro. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada”.

Las leyes rabínicas prohibían que cualquier persona se acercara a menos de seis pies de un leproso y si soplaba el viento debían estar a unos 150 pies de distancia. Algunos talmudistas aplicaban con rigurosidad “el mandato de la Ley” de que los leprosos vivieran fuera de las ciudades y les arrojaban piedras si los veían dentro de ellas para ahuyentarlos y así evitar que contagiaran a otros.

A la desgracia de padecer una enfermedad que provoca un aspecto para nada agradable por los bultos y úlceras en la piel, se sumaba enfrentar ese cruel rechazo pese a que con el tiempo ha quedado demostrado que la lepra no es una enfermedad especialmente maligna ni peligrosa, ni se contagia con tocar a las personas que la padecen.

En el Nuevo Testamento, Jesucristo toca y cura a numerosos enfermos de este mal sin temor a contagiarse, como una manera de ponerle fin a la vida oprobiosa que llevaban por la enfermedad y el estigma. (Mateo 8:3).

Igual rechazo padecieron en un principio y todavía enfrentan algunos pacientes con VIH-Sida a los que nadie quería tener cerca, lo que ahora ocurre con quienes dan positivo al nuevo coronavirus. Se entiende el cuidado excesivo para evitar contagiarse de una enfermedad que hasta ayer había provocado al menos 103,141 muertes y 1,700,760 infectados en 193 países o territorios, ya que sólo así detendremos el avance de esta pandemia que prácticamente ha paralizado al mundo, con medidas drásticas de distanciamiento social a escala planetaria, como un mecanismo para detener su expansión.

Sin embargo, no hay que perder el sentido de la humanidad hacia las personas con el virus y tratarlas como si fueran parias.

Resulta sumamente doloroso si le sumamos el estigma a un proceso que lleva a los infectados a estar separados de sus seres queridos y a padecer la angustia de ignorar si regresarán a sus hogares cuando son recluidos en centros médicos por su condición crítica.

Jesucristo, quien no dudaría en tocar a enfermos de coronavirus para sanarlos, resumió diez mandamientos en dos: Ama a Jehová tu Dios con toda tu mente y corazón, y ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Sin dejar de cuidarnos para evitar el contagio, practiquemos la empatía y solidaridad con los afectados por este mortífero virus como si fuéramos nosotros mismos.

Con una enfermedad tan altamente contagiosa, siempre existe la posibilidad de que en cualquier momento toque a tu puerta, y entonces seas el receptor del rechazo y las piedras que ahora lanzas a otros.

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