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EL CORRER DE LOS DIAS

Soñar con nadie

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

“El lugar de Nadie. Se vende.”

El soñoliento letrero, humedecido, se tornaba indiferente con la lluvia, sus puntos, comas y letras iban del gótico florido a un mas allá otoñal. Era un lugar ideal para edificar “la casa de mis sueños.”

Construiría mi biblioteca en la segunda planta, y la veía tan imaginaria, flexible como aquella de Borges. Orlada por estanterías transparentes donde lo pensado traspasaría los libros, todos entreabiertos, sin autor. Mejor lectura era imposible, pero tendría que construir primero la planta inicial, aunque en sueño todo es posible. La rodearía de árboles frutales como el caimito, la guayaba, y el caimoní, quizás el jobo y un fascículo amarillo de flores exóticas. Entonces me fui a la oficina de registro de títulos buscando una información sobre quién era Nadie. Allí buscaron afablemente en los archivos más viejos o ancianiformes, y surgieron, era un nombre soñado entre otros tan extraños como Ningún, Apenas, Conscripto, manifestados por cuenta propia, mientras el registrador afirmaba desde su silla flotante que los coleccionaba para un “diccionario nacional certificado de nombres desaparecidos precavidos” donde los caracteres magullados y dispersos de un nombre parecido al de Nadie asomaban, y donde “el mío “o “lo mío” flotaban como ambiciones aparentemente dispares. Nadie había registrado la propiedad privada de Nadie, en su momento.

Si Nadie era propietario del anhelado lugar, ninguno podría reclamarlo, por lo que me tendí bajo el sol en el baldío, pero atractivo, territorio donde golondrinas aparentes se besaban. Entonces un tipejo burlón que decía llamarse Nadie vino a reclamar su maravillosa propiedad, confiando en que un verdadero o falso Nadie, como yo, como comprador, se atragantaría cuando y lo cierto era que Nadie, hombre o mujer, conocía el nombre del propietario, ni podría suplantarlo para hacerse de la propiedad, hasta que un día apareció encarnado en hueso y palabras incómodas, otro que como Nadie se presentó a mi casa como quien protestaba casi en difumino señalando que él era el verdadero Nadie, y que por haberse escrito erráticamente su verdadero nombre, me afirmó que Naiden debería ser incluido como una corrección en el letrero, y que esa falta de ortografía habia generado la confusión reinante. Cuando Naiden, y no Nadie me visitó en sueños, mostrándome los títulos de propiedad no solo de la tierra letrada, sino de las tierras barriadas, y me señaló que como intruso ninguno se haría dueño de su territorio hasta el momento en el que un yo cualquiera (como yo), un desconocido, lo intentara.

Cuando le vi alejarse casi estuve seguro de que Nadie, disfrazado de Naiden, me había patentizado la incertidumbre originada en la oficina de registro donde solo nadies, naidens, o nadie, conformaban palabras huecas sin mayúscula inicial. Por lo tanto, comprobé, siempre intercalando dudas, que Naiden pudo haber sido el nombre equivocado del Nadie que vendía la tierra de mis sueños... ¿Acaso era yo mismo? Pero muchos incrédulos y conocedores de viejas fórmulas gramaticales no quedamos convencidos de que tan escabullido nombre se hubiese disuelto en cuentos de camino o en oraciones de semana santa.

Entonces, convencido de erratas sonámbulas, corregí el error y comencé también a llamarme Naiden para cubrir el hueco que pudiera proporcionarme el título de propiedad visto en mis sueños, y hubo la solución instantánea, pues de manera sorpresiva, el titulo se presentó por cuenta propia en mi próximo sueño conmigo mismo, como un Nadie gemelado conmigo, lo que me dio tempo para justificar el nuevo nombre de ambos, uno para todos, según Dumas, discutiremos. Nuestro psiquiatra, aspirante a novelista, toma notas furtivas que revisaremos.

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