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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La otra cara del coronavirus

Un policía canta para personas confinadas en sus viviendas y una mujer toca su saxofón desde un balcón también para mitigar el aburrimiento de los sometidos a cuarentena por el nuevo coronavirus (Covid-19).

Médicos cubanos son recibidos con aplausos al llegar a Italia, a fin de apoyar a sus pares de esas naciones en la lucha titánica para liberar de las garras de la muerte a pacientes críticos afectados por la pandemia que hasta el sábado había dejado alrededor de 600,000 contagiados y cerca de 27,000 muertes en el mundo.

Dos hermanitos juegan en la sala de su casa y su madre en un vídeo que les hizo dice que este encierro voluntario ha hecho que se compenetren más en el hogar, donde antes cada uno se entretenía como pudiera de manera independiente.

Una joven sube a la red social Facebook el vídeo de una gata que se abalanza sobre un perro para abrazarlo, y de esa manera mostrar que hará cuando vea nueva vez a su amado tras días de confinamiento que ya le parecen una eternidad.

La contaminación ha descendido en el mundo por la escasa circulación de vehículos, la menor actividad industrial y por la reducción de emisiones de gases del efecto de invernadero, incluso en potencias como China y Estados Unidos, tan renuentes a asumir compromisos para mitigar los efectos nocivos del cambio climático.

Los países del G20, integrado por las economías más poderosas del planeta, por primera vez se reúnen en una conferencia virtual dejando a un lado sus intereses particulares y con un objetivo común: definir medidas conjuntas para contener la expansión del virus que ataca por igual a pobres y ricos.

Por primera vez, gobernantes de todo el mundo ponen la vista en los sectores más vulnerables de la población y adoptan diversas medidas para ir en su auxilio por el cierre de empresas, la pérdida de empleos, la reducción de los vuelos, el descenso del turismo y otras secuelas que afectan la economía a escala planetaria.

Católicos y evangélicos llaman a jornadas de oración para pedir al Dios en que ambas religiones creen, su intersección para que cese la expansión de esta letal plaga, ante la cual incluso algunos políticos con mucho poder se han declarado débiles e incapaces.

Las críticas contra el personal médico, tan comunes por las deficiencias que arrastran los sistemas de salud en todo el mundo, puestas ahora en evidencia incluso en las naciones súper desarrolladas, se han convertido en un aplauso casi unánime que reconoce su entrega y valentía en la atención a los infectados, aún a riesgo de su propia seguridad y la de sus familias.

Los medios tradicionales recobran la relevancia perdida en un mundo dominado por la desinformación y las llamadas “fake news” (noticias falsas) difundidas en las redes sociales, conservando el prestigio de ser los más fieles expositores de la información útil y veraz.

Psiquiatras y sicólogos dominicanos ponen sus conocimientos sin costo a disposición de la población para cuidar la salud mental tan expuesta al deterioro por la desesperanza, el desasosiego, temor, estrés, depresión y otros males psicosociales que generan la expansión del virus y tantos días de encierro.

La gente muestra un sincero dolor por la partida a destiempo de personas con una trayectoria ejemplar y con capacidad de seguir aportando a un legado difícil de emular.

En las familias y entre vecinos se acrecienta la solidaridad, la convivencia, la necesidad de cuidarse todos y la incesante atención en detalles tan insignificantes antes de que la vida nos cambiara de manera tan radical.

Y ese espacio tan íntimo llamado hogar se eleva a otra dimensión en medio la tediosa y larga espera de la vuelta a la normalidad. Fortalezas y debilidades se ponen de manifiesto pero con mayor tolerancia y empatía.

De repente, con esta lejanía preventiva, estamos revalorando el beso, la caricia, el abrazo y el estrechón de manos que habíamos sustituido por las emociones del mundo virtual.

La otra cara del coronavirus.

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