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FE Y ACONTECER

“El justo brilla en las tinieblas como una luz”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

V Domingo del Tiempo Ordinario 9 de febrero de 2020 – Ciclo A

a) Del libro del Profeta Isaías 58, 7-10.

El profeta Isaías no cesa en su empeño de denuncia y enseñanza. Las obras de misericordia recomendadas en el capítulo 58 del Tercer Isaías, motivan la atención generosa de los ruegos del creyente por parte del Señor que se complace en esas obras de justicia y de amor. Dios no acepta el ayuno ni la piedad hipócrita que se hace compatible con toda suerte de injusticias. Las obras de misericordia recomendadas por Isaías, resuenan en el discurso de Jesús sobre el juicio final, recogido por San Mateo en el Cap. 25, 35-45 de su evangelio. La espiritualidad cristiana, además, ha insistido siempre en el amor al prójimo y en el ejercicio efectivo de estas obras como demostración cierta del amor a Dios y de la verdadera religión.

b) De la primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 2, 1-5.

San Pablo nos refiere el modo en que procedió cuando llegó a Corinto, se presentó débil y temblando de miedo; siempre se manejó con humildad y apego al mandato del Señor. No hizo alarde de sus conocimientos ni de su estatus, más bien su saber y sus credenciales eran solamente Jesús, y éste crucificado. La eficacia de la predicación no depende de la elocuencia persuasiva, ni del dinero, ni de la fama, ni del prestigio personal; sino paradójicamente de la ciencia de Cristo crucificado y la fuerza del Espíritu que apoyan la debilidad del apóstol y su temor, acojamos la invitación del Señor a ser sal y luz de la tierra como se nos invitará en el evangelio de Mateo.

c) Del Evangelio de San Mateo 5,13-16.

En estos versículos, con tres parábolas-proverbio, Jesús nos demuestra qué es ser cristiano: sal de la tierra, luz del mundo y ciudad visible en lo alto de un monte (alusión a Jerusalén), Mateo utiliza un lenguaje narrativo muy sorprendente con estas imágenes. La sal es un elemento común y familiar en cualquier cultura pues siempre se ha usado para dar sabor y preservar los alimentos. Pero, además, en la cultura bíblica y judía, la sal significaba también la sabiduría. Bella manera de expresar el cometido del cristiano: ser sal de la tierra, sal humilde, sabrosa, que actúa desde dentro, que no se nota, pero que es indispensable.

El simbolismo de la luz tiene un fecundo camino en las páginas bíblicas: desde el Génesis en que se describe la creación de la luz, pasando por la columna de fuego que guiaba a los israelitas después de su salida de Egipto, y siguiendo la luz de los tiempos mesiánicos anunciada por los profetas, especialmente Isaías, para llegar a la plena luz de la revelación en Cristo Jesús. Él mismo dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas”. También el creyente en Jesús se convierte en luz para él mismo y para los demás.

El nuevo Pueblo de Dios (Iglesia, ciudad colocada en lo alto), la comunidad de los fieles que sigue a Jesucristo, tiene la misión de ser luz del mundo, pues como dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Luz de los pueblos: “la luz de Cristo resplandece sobre el rostro de la Iglesia”. Sin contentarnos con una fe alienante, exclusivamente cultual y ritualista, recordemos lo que leímos en Isaías en la primera lectura. Hemos de ser testigos de la luz, “no se enciende una lámpara para ocultarla, sino para que alumbre a todos los hombres”. Esa es tarea de cada día, personal e intransferible.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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