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EL CORRER DE LOS DÍAS

Sagrado bis angelical (yII)

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Tu incorporeidad, en este día primero del dos mil veintiuno es uno los privilegios angelicales producto de una verdad a veces repentina, y tu capacidad de aparecer como un síndrome de flotación, nos identifica, incluso venciendo el ventarrón que podría arrastrarnos con una reventazón de voces y coros que aspirarían a la proclamación de algún nuevo serafín todavía sin alas, o la de un santo imposible como Tomás Moro o Martín Lutero, para muchos “paganos de voz en cuello”, los que proyectando un canto propicio a seres intocados, y para suplir el Evangelio descriptor de ángeles, los imaginaron también en trovas bíblicas con letras de la Torá, y contradiciendo las imágenes de la posterior porcelana Ming, iconos donde ángeles como Satán, el rebelde, adquiere su poder de manos del propio Jehová desafiándolo, tornándolo enemigo adicional, pero presencial en innumerables creencias no solo cristianas, sino en culturas con tendencias bajo estudio social.

Época alquimista donde la ideología religiosa pasaba entre clepsidras milenarias y cansados tubos de ensayo con dosis de rumores matemáticos.

Por tanto, el infierno amenazante palpita in situ no solo en latín, sino en cientos de idiomas en un territorio angélico invertido, donde la maldad es el primer valor, y muchas de las oraciones para rescatar el verdadero bien, todavía resbalan de nube en nube frente a los “envíos”.

Completamente contrarios a los mandatos servidos en el Deuteronomio, código transparente de Yahveh que a la vez revela su personalidad.

Silenciosa te escondes. Necesitas vencer el escarnio en el que viven ciertos dioses adictos al alabastro egipcio. Has renunciado a la penumbra.

Sabido es que la lista de pecados de las religiones resulta la orientadora de Luzbel, quien la usa como memorándum; personaje de origen angélico que todavía alado en los cromos, aporta lo suyo y condecorado por la escoba prestada de alguna bruja auténtica, la utiliza tientas, cuando desconocedor de lo prohibitivo, (como contradictorio ángel del mal), genera los equívocos, ambrosía de cualquier religión que sin mirar sus adentros se proclama veedora, castigadora y ocultadora de sus propias fallas y pecados.

Una observación profunda de los diferentes pecados en cada creencia o religión es su mayor entretenimiento y debería ser reingreso temático para los nuevos teóricos del diablismo que nos asedia.

Recordemos que Satán es un ángel degenerado por su traición cuyas alas no gozan del plumaje divino, ha sido declarado negro y sin plumas y es para muchos merecedor del fusilamiento moral sin haber sido “desalmado aun”, en cuya voz ígnea flotante y con palabra tostada brioso proclama: ¡Volveré!

Vivimos en un mundo de influencia seráfica a la vez que diabólica, donde los ángeles vuelan en bandadas, mientras las huestes de la diablidad, también aladas, desvuelan a ras del subsuelo.

Desde idóneos púlpitos, sin embargo, se anuncia repetidamente que lo más importante para el rechazo del diablismo es regenerar primero el corazón del hombre ya que la eternidad estará lejos mientras el humanismo no alcance las verdaderas dotes angélicas originales.

Como en el poema de Juan de Dios Peza del payaso triste que busca otro igual para que lo haga reír y le recomiendan a un tal Garrick, muchos somos los que deberíamos contestar ante la oferta: “Yo soy Garrick, cambiadme la receta”.

Primero de enero del año 2020. Vivido sin lugar a dudas como “Un día del que -‘también tengo’, como Vallejo- el recuerdo”.

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