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EL BULEVAR DE LA VIDA

Raquel, un bar y la partidocracia

En el Baní de mi infancia, mi viejo amigo Johnny González, muy orondo se ufanaba de sus conquistas amorosas en las fiestas del bar restaurant El Bosque, gracias a sus dotes de buen bailador de merengues. Cuando su amada abuela le escuchaba, siempre le respondía con el mismo boche: “Pero, Yoneee, si para lo que tú alumbras, apagado es que ‘alucéas’”. Y uno reía, como ríe la gente cuando es feliz sin darse cuenta.

Como ese Johnny anda hoy nuestra partidocracia, a la que nuestra democracia debería dedicarle aquella canción de Marisela que, en inolvidable bar cubano de Moscú, pero con el alma en Cienfuegos, nos cantaba Raquel Turbí: “Es que mi amor te queda grande. (...) ¿Dónde fallamos? Fui yo quien no tomó bien tus medidas, le di un amor gigante a una enano”. Es la verdad A nuestra partidocracia la democracia le queda grande, y el enanismo de esos partidos es el que explica que, aunque la dama los ame, la de ellos (partido y democracia) es una relación de amor impertinente, nada de “tántalo y azar”, de adoquines ni farolas.

Ahora que entramos a un año electoral, el espectáculo que presenta la mayoría de nuestros partidos a los electores es cada vez más decepcionante. Unos se venden, a otros les compran, ambos prometen y ninguno cumple. A pesar de contar con textos fundacionales, ellos no tienen principios ni finales, no tienen propuestas sino pragmáticas respuestas ajustadas a lo que cada auditorio quiere escuchar. Son marxistas, pero no por Carlos, sino por Groucho Marx que decía: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”.

Nuestra partidocracia (los partidos que gobierno han sido) no ha cumplido nunca sus promesas fundacionales (pacificar/ revolucionar/ liberar/) porque llegado al gobierno cada organización cede (sedado de ambición y pragmatismo) a la tentación de ganar elecciones al precio de perder ante la historia.

Si bien es cierto que los pueblos “tienen los políticos que merecen”, los de nuestra partidocracia parecen un exceso, como un descuido de Dios y la María Magdalena. Por eso, a ella, -y salvando del “homenaje” a las flores de fango de cada organización-, el pueblo dominicano debería cantarle lo que en aquel bar moscovita nos cantaba con el alma en penitencia, la Turbí, de Cienfuegos: “Es que mi amor te queda grande pues tú...”.

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