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La destrucción en Chile

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Carlos Alberto MontanerSanto Domingo

Dice Andrés Oppenheimer que los motines chilenos son expresión de una sociedad exitosa que demanda estándares como de Estados Unidos o Europa.

“Vayamos por partes”, diría Jack el Destripador. Chile encabeza los índices de América Latina, incluido el de honradez. Ha reducido los niveles de pobreza. Ha aumentado años de vida hasta ser de los más altos del planeta. Hay que agregar el desempleo (6,5%), la inflación (2,2%), el per cápita ($24,600) y que ese perfil de Primer Mundo se debe a los mercados libres impulsados por Pinochet. Y a la democracia en la que figuran democristianos, socialistas y un conservador. Cuando comenzaron las reformas había 200 compañías exportadoras. Hoy hay casi 2,500 y el país ha firmado docenas de “Tratados de Libre Comercio”.

No creo que los desórdenes sean por frustraciones de las clases medias. No conozco a ninguna persona capaz de quemar trenes por alcanzar a norteamericanos y europeos. Los chilenos no viven peor que húngaros, polacos o portugueses. Viven mejor que rumanos, búlgaros y montenegrinos, todos de Europa.

Sin embargo, he visto fanáticos capaces de destruir una sociedad, como Cuba o Venezuela, incluso Argentina, basados en supersticiones ideológicas. Basta conque se desprecie al adversario. Con caracterizarlos como “burgueses al servicio del yanqui”. A lo largo del siglo XX, nazis, fascistas y comunistas mataron más de cien millones de “enemigos del pueblo”.

Los comunistas querían destruir Chile. Porque es un ejemplo nocivo. Una sociedad exitosa en la que se empeñaban en ver solo las supuestas fallas. Si había logrado el más abarcador éxito educativo, era a costa de explotar a los estudiantes, denunciaba la joven comunista Camila Vallejo. Si los niveles sociales habían aumentado, exhibían el libro del francés Thomas Piketty sobre el capitalismo, o el índice Gini de Chile (50) para demostrar falta de equidad, ocultando que Chile reducía ese dato. En 2000 era 55.

¿Quiénes cometieron esos desmanes? Creo que hay mucha diversión en la tea incendiaria, mezcla de hormonas juveniles con causas políticas, como en Paris en el '68. Pero hay que tomar en serio a Nicolás Maduro y a Diosdado Cabello cuando indican que fueron los instigadores. No explosión espontánea, sino plan meditado.

Como dijo Juan Lehuedé en un vídeo que se ha transformado en viral, (https://mail.google.com/mail/u/0/#search/Juan+Lehuedé?projector=1), no es posible quemar decenas de estaciones de trenes sin previa coordinación. Por eso Estados Unidos y Europa aumentarán las sanciones contra Cuba y Venezuela. Para esas naciones es muy clara la relación entre el pecado y los pecadores.

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