Las malas, no las agrias

Las malas juntas se pagan en política, unas veces tarde y otras temprano. Las cúpulas piensan distinto de las bases, y por eso estas -en ocasiones- se resisten a sus decisiones. En España se explica el descalabro de algunas formaciones a ese jugar a la suerte equivocada. Y aun cuando existe entendimiento, la investidura no garantiza la mejor gobernanza. Aquí no puede esperarse lo peor, pero entre casa muchas cosas no funcionan, y aunque se dicen por lo bajo, llegará el momento de hablarse.

Tiene que ser ofensa que un partido decida alianza con otro, y lo haga discriminando a sus candidatos, como si de fuera vendrán… El elemento moral no puede ser el parámetro ideal en un tiempo político tan confuso, en que no es fácil determinar quién es manso o cuál cimarrón si todos van de la mano.

Si un partido aliado objeta los candidatos del socio, o discierne entre este o el otro, la reacción de propios y extraños podría igual.

También distinguir, y resultar fallida la intención.

Además está la vergu¨enza ajena. ¿Cómo explicar una coalición de importancia llevada a cabo por terceros y en la que los principales soportes rehúyen darse la mano en público? ¿Qué sentido tiene ir de conjunto en las municipales y hasta en las congresuales y no preverse el comportamiento –probable, posible, cierto– en las presidenciales? Eso de amiguitos hoy, enemiguitos mañana, ni de muchachos en el recreo. Se pensó que Montesquieu había montado un frente de playa en la Cámara de Diputados con el surgimiento de la bancada de La Fuerza del Pueblo. Incluso hubo un ejercicio de día y medio de resistencia al gobierno.

La cucaracha duró poco en el gallinero, y no la picotearon martes, pero ya el miércoles en la tarde era insecto muerto. La mayoría en determinadas circunstancias depende del cuórum, y el cuórum, como se tiene visto, se hace con mañosería.

La oposición ayudó con el quórum, y el gobierno salió a camino de nuevo, como en la situación anterior de PLD unido.