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FE Y ACONTECER

“Cuando venga el Hijo del Hombre”

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Cardenal Nicolás de Jesús López RodríguezSanto Domingo

El Año Litúrgico inicia con el Primer Domingo de Adviento. El tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: la expectación de la “segunda venida” de Cristo al final de los tiempos y, la preparación para la solemnidad de la Navidad, en la que conmemoramos la “primera venida” del Hijo de Dios. Por esta doble razón el Adviento es el tiempo de la alegre esperanza. “Celebrar” litúrgicamente significa revivir, no sólo en nuestra conciencia y recuerdo sino también en la realidad, los hechos de la vida y el misterio de Jesús que se celebran a lo largo del año.

En los ciclos litúrgicos (A, B y C) el Primer Domingo de Adviento está marcado por la tonalidad de la vigilancia como un eco del acento escatológico de los últimos domingos del ciclo precedente. En cada uno de los ciclos leemos uno de los evangelios de San Mateo, San Marcos y San Lucas. Al ciclo A corresponde el evangelio según San Mateo. El Evangelio según San Juan se lee en los tiempos fuertes de cada ciclo.

a) Del profeta Isaías 2, 1-5.

La visión de corte escatológico que presenta el profeta Isaías se realizó en Jesucristo. Él es el Mesías, anunciado por los profetas, el Príncipe de la paz, que reina desde la cruz en lo alto del monte Gólgota, atrayendo a todos hacia sí (Jn. 12, 32). Por eso, todos los pueblos vendrán a Sión cual peregrinos y se presentarán ante el Señor, sintiendo la atracción del Señor sobre ellos, para escuchar su enseñanza, obedecer su Palabra y que se realice, como fruto maduro, la paz universal. Paz que es consecuencia lógica de la obediencia a la Ley divina, “mi paz les dejo, mi paz les doy; no como la da el mundo...”.

b) De la Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 13, 11-14a.

El Apóstol Pablo insiste en que es la hora de despojarse de todo lo que es propio de la noche y vestirse con las ropas del día, que son las armas de la luz, la nueva vida recibida en el bautismo y que para mantenerla y llevarla a su plenitud hay que armarse de valor y equiparse con todas las virtudes. El que vive a plena luz del día que amanece para nosotros en Cristo muerto y resucitado, camina con dignidad porque no tiene nada que esconder. En cambio, los que aún se mueven en las tinieblas, esconden en ellas sus pecados. La conducta del cristiano es un dinamismo que empuja hacia la victoria futura y definitiva que vendrá con la parusía o día del Señor.

c) Del Evangelio de San Mateo 24, 37-44.

El versículo inicial de este fragmento evangélico establece una comparación entre la venida del Hijo del Hombre y la época de Noé. Este pasaje es parte del llamado discurso escatológico (Mt. 24-25), en que el anuncio de la ruina de Jerusalén, unido al fin del mundo, precede a la revelación de la última venida del Señor. La última venida de Cristo, que se anuncia en las parábolas de la vigilancia, tiene su certeza y su incertidumbre: es segura su venida, pero incierto el momento.

La finalidad de nuestra vigilancia cristiana no es acentuar el temor y la angustia. La venida del Señor que resalta el evangelio, se debe entender como cercanía teológica, no temporal. Con esta parábola se nos advierte que el Señor puede volver en cualquier momento y esta certeza debe impulsar los cristianos a no instalarse y a no buscar en el mundo una ciudad permanente.

Fuentes: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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