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Me quedo con Gonzalo

En mi artículo anterior expliqué mi criterio acerca de cómo se hace uno parcial, cómo asume una tendencia política y el derecho que se tiene a ser parcial sin que ello implique descalificación de quienes se oponen. Pues en esta ocasión explicaré por qué soy un parcial de Gonzalo Castillo, cuestión que es necesaria en esta hora de definiciones.

Tres ofertas políticas sobresalen en este momento electoral. Una nos advierte sobre un modelo agotado, que es necesario cambiar ya. Nos habla de un cambio de modelo, pero no define qué cosas sugiere cambiar al modelo ni hacia cuál modelo nos pretende llevar. Y aquí hago un paréntesis para recordar que los modelos más sobresalientes son el capitalista y el socialista. El primero ha copado el ámbito mundial dejando apenas insignificantes brechas al segundo -excepción hecha de China, que se ha quedado en un híbrido solo capaz de funcionar en el marco del autoritarismo y a cuyo sostenimiento contribuyen razones ínsitas a su realidad territorial y su composición social-, después, ciertos modelos de socialismo siglo XXI probados en Sudamérica, por ejemplo, ya dieron lo que iban a dar.

Otra oferta política la constituye el relato de un plan para desempolvar el proyecto revolucionario. ¡Cáspita! Aquí sí se impone el paréntesis, para recordar que el término revolución significa “una alteración absoluta de las estructuras establecidas en un orden social y político para ser sustituidas por otras distintas”, una ruptura con el status quo imperante. Y entonces, me pregunto si tiene ese proyecto la vocación para llenar tal cometido. La respuesta es definitivamente no, cuestión deducida de las oportunidades que sus principales protagonistas tuvieron de realizarla cuando les tocó gobernar y no lo hicieron, lo que pudo tener dos razones: se privilegió la permanencia en el poder en detrimento de los principios o se estuvo convencido de su inviabilidad.

De modo que, de las tres ofertas políticas consideradas hoy, me quedo con la de Gonzalo Castillo, que propone “nuevas ideas para seguir avanzando”, en un reconocimiento tácito al ritmo “líquido” que experimenta todo, pero también coherente con los principios de la democracia capitalista, propiciante -con sus defectos y virtudes- del mejor y más fuerte desempeño social y político hasta ahora visto. Las otras dos, juntas o revueltas, constituyen una pobre dialéctica que se resuelve entre lo hilarante y lo quimérico. Por eso, me quedo con Gonzalo.

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