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RINCÓN CIUDADANO

Escuela para la democracia

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Daniel Johnson BenoitSanto Domingo

A más de cinco décadas de vivir en democracia imperfecta, nos preguntamos: ¿Hasta dónde hemos crecido en esta asignatura? ¿Qué tanta madurez tiene hoy nuestra democracia? ¿Y qué tanto aprendemos a vivir en democracia?

Son algunas preguntas que deben inquietarnos como ciudadanos capacitados para vivir en sociedad. Precisamente cuando nos adentramos a un intenso proceso electoral y aparecen diversos candidatos a todos los niveles, resulta necesario articular y mejorar nuestra escuela para la democracia.

Acaso la asignatura más urgente en estos momentos para elevar el nivel de vida de los dominicanos, profundizar el respeto a las leyes, enriquecer la convivencia pacífica y modelar la participación ciudadana.

Lo cierto es que lo acontecido días atrás respecto a las leyes, a la Constitución, a los acuerdos y a los principios éticos, supone una pobreza latente en el quehacer democrático. A más de 50 años de vida democrática es evidente que poco hemos avanzado, muy poco, sobre el respeto a las reglas democráticas, lo que supone un endeble aprendizaje de esa materia.

Sin embargo, justo es decir que como nación hemos logrado (a estas alturas) leyes, instituciones, organizaciones, ideas y pensamientos acordes con el perfil de una democracia: desde juntas de vecinos, clubes sociales, entidades académicas, organizaciones civiles, instituciones gubernamentales hasta partidos políticos, entre otras.

Un banco social bien engrosado que ya debería mostrar el crecimiento y la madurez de un ejercicio democrático estable, coherente y capaz de cumplir reglas éticas, transparencia, justicia social y económica.

Sin embargo, todo parece un cúmulo de acontecimientos que no hacen más que volver sobre sus cauces advirtiendo fatalismos, retrocesos y un desprecio casi absoluto de nuestra historia. Basta solo escuchar los discursos políticos de los precandidatos que procuran catapultarse con cargos electivos. Están vacíos, carentes de principios ideológicos, dirigidos más a soliviantar las emociones de las masas que las convicciones.

Curiosamente, sin embargo, nuestra democracia cuenta con buenos ejemplos de políticos que (pese a sus defectos) pretendieron sembrar principios democráticos entre sus seguidores: Juan Bosch (1909-2001) procuró hacer una escuela de pensamiento político entre los suyos; José Francisco Peña Gómez (193-1998) se convirtió en un relator permanente en el ámbito de la socialdemocracia, y Joaquín Balaguer (1907-2002), aunque no era dado a formar seguidores, fue consciente del valor de los fundamentos y buscó la ideología socialcristiana para sentar la libertad en su partido.

Ahora, usted le pregunta a cualquiera de los precandidatos por qué quiere ser edil, alcalde, legislador o presidente, y la respuesta suele ser tan pobre e infeliz como la de hacer lo mismo que hacen los que ostentan esas posiciones.

No son más que islas, enclaves de poder particular, escasos representantes de minorías, buscadores de intereses particulares, pobres formadores de la colectividad; en fin, son como aquellos que siendo pobres aspiran a ser ricos, para hacer lo mismo que realizan los ricos con sus posesiones materiales: únicamente vivir por y para su propio bienestar.

Ignoramos el día cuando uno de esos funcionarios electivos conviviera con la comunidad de forma habitual y sin ninguna pretensión clientelar o populista como sucede de ordinario. Lo cierto es que los aspirantes a cargos políticos deberían inscribirse cuanto antes en la escuela para la democracia, con el propósito de ser actores de primera línea en el desarrollo democrático dominicano.

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