PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

¿Qué dejaron Avignon, el cisma y el Concilio de Constanza?

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Resumiendo las consecuencias de Avignon y el cisma para la Iglesia universal, se pudieran reducir a seis. Primero, se había roto la unidad de la Iglesia, no tanto por presiones políticas de reyes y emperadores, sino por la debilidad de las altas esferas de la Iglesia. Los intereses familiares de los cardenales y eclesiásticos prominentes habían prevalecido sobre el bien común y espiritual de la comunidad cristiana. Y esos intereses particulares familiares se aliaron con las monarquías, particularmente la corona francesa.

En segundo lugar, se fortalecieron las monarquías nacionales y las noblezas dirigentes de varias ciudades, por ejemplo, Florencia. Los monarcas ahora podían ser elegidos sin la aprobación papal, tan buscada durante la Edad Media. Lorenzo de Médicis llegó a sostener que: “la división del poder es ventajosa y, si fuera posible mantener sin escándalo tres o cuatro papas, sería mejor que mantener uno solo” (Alfredo Verdoy, 1994: 72). Algo sabía Jesús de Nazaret cuando oraba: ¡que sean uno! Tercero, políticos y gobernantes comprobaron que era posible mantener y “domesticar” al Papado, limitando sus poderes y definiéndolos regular y estrictamente.

En cuarto lugar, aparecieron las Iglesias nacionales.

Quinto, las órdenes religiosas de carácter contemplativo sufrieron una debacle interna. Cistercienses, cluniacenses y cartujos perdieron prestigio y fuerza. Pululaban grupos religiosos con intereses y espiritualidades muy diferentes. Con todo, si había corrupción en las congregaciones religiosas, también había figuras que inspiraban el fervor del pueblo. La Reforma del siglo XVI ocurrió, como lo señaló August Franzen, en una Iglesia que cambiaba, gracias a una vivencia interior y más auténtica del Evangelio. Pero como veremos, esa vivencia interior no provenía del papado, ni de la jerarquía.

Finalmente, se propagaron doctrinas político- religiosas tales como el galicanismo, una desproporcionada valoración de los intereses y criterios de Francia, y el conciliarismo, que subordinaba el papa al concilio. La Iglesia necesitaba una reforma. El Concilio de Constanza no la trajo. Se enredó en procedimientos tocantes al papel del papa en el gobierno de la Iglesia, los impuestos y los asuntos reservados a su autoridad. Fue bueno aprobar que no se concedieran beneficios sin la consagración. La reforma del clero se limitó a un asunto de hábitos, competencia de sastres. El papado y jerarquía abrazaron el renacimiento, ¿renacieron espiritualmente?

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM.

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