AGENDA SOCIAL
Resiliencia política
El ejercicio político aguerrido aprendido durante la época de la Guerra Fría se caracteriza por la necesidad de ser resistentes ante las adversidades y las circunstancias, las cuales muchas veces obligan a los actores de la política a poner en pausa sus aspiraciones y deseos o cambiar el rumbo establecido en su quehacer político. “Resistir para vencer” ha sido una frase trillada de la política mundial.
Ese concepto de resistencia política ha primado durante décadas, y el mismo, por definición, obliga a la inamovilidad, a no estar abiertos al cambio, a aguantar y mantenerse estáticos ante los embates, esperando a que las circunstancias operen a favor. Parecería que resistir es aspirar a ser como un reloj dañado, que aun defectuoso, dará la hora correctamente dos veces al día.
Pero si bien es cierto que muchas figuras políticas de la historia se han crecido haciendo de la resistencia su principal herramienta, considero que el concepto que debe primar en un mundo tan cambiante como el que vivimos es el de la resiliencia, entendida como la capacidad de resistir, pero a la vez sobreponerse a los contratiempos y salir fortalecido por estos.
Tomemos como ejemplo a Nelson Mandela. Si tan solo hubiese resistido las duras circunstancias políticas que le tocó vivir, habría salido de la cárcel para convertirse en una figura de la lucha política en Sudáfrica. Sin embargo, fue su resiliencia lo que lo catapultó para ser el extraordinario líder mundial que hoy reconocemos; gracias a su capacidad de adaptarse a las nuevas circunstancias que encontró en el mundo tras su liberación después de la caída del muro de Berlín.
Fíjese que la resiliencia engloba la resistencia, pero impulsa al sujeto a movilizar sus fuerzas para adaptarse y utilizar la fuerza de la adversidad a su favor. No se trata de ser pacientes y esperar, se trata de enfrentar las circunstancias y enfocar las energías hacia el objetivo trazado.
No creo que sea casualidad que en nuestro idioma la palabra se haya puesto de moda recientemente. Puede que sea porque las crisis recientes que han puesto en riesgo a la democracia, a la economía y los logros sociales de la región, nos han obligado a adaptarnos más que a resignarnos.
La idea de ser resiliente también contempla, de una manera u otra, la evaluación de los riesgos que se enfrentan. Pensar en la sostenibilidad de un proyecto o de una idea política obliga a entender las amenazas y las oportunidades, que es lo mismo que decir que hay que saber gestionar los riesgos en la política. Solo evaluando los riesgos podemos tomar las decisiones correctas.
La política de este siglo mide el éxito de los políticos, no por sus triunfos ni por las encuestas, sino por su capacidad de adaptarse al cambio. Ahora que se abre el debate sobre nuestro futuro político como país, no haría mal incorporar una dosis de resiliencia, porque el mundo nos rompe a todos, escribió Hemingway, “mas después, muchos se vuelven fuertes en los lugares rotos”.