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EL CORRER DE LOS DÍAS

Razones de haber sido

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Entonces me dices que el profesor de gramática se burla del color ocre y marrón de tu bella piel y que por eso entras llorando al cuarto de las niñas, preguntas por el África, te afliges y con besos, calmo la voz didáctica que aún te resuena dentro. Todo es riesgo cuando se insiste en conocer el pasado gestado por otros y escondido como si fuéramos culpables de un ayer desconocido y generado por la vergüenza de los demás.

El pasado apunta con su arco; las palabras son dardos infalibles. El pasado es la permanencia ósea del presente ajeno asignado a nuestra savia, lo que hiciera mi abuelo lo sabe su esqueleto. Por eso te han negado algún empleo, y sales del apellido y te apertrechas estudiando francés para saber que existe otra piel al Oeste.

El tiempo habita los escaparates. Juguetes de otras épocas gritan su desconsuelo. Viejos amigos, demasiado viejos, ya piensan en gerundio, y aterrizan, evitando el terrón en sus sandalias, su participio llega y no lo sienten. Desean estar viviendo en lo que creen, en lo consolidado, lo que no es otra cosa que la muerte soslayable por desconocida. Te dije aquella vez, henos aquí, fantasmas de haber sido, poetas fuera del agua que respiran en versos y que aún creen que Dante ha fallecido, son seres de haber sido. Anfibios tropicales que nadan cuando vuelan. Si nadando confunden las vejigas con alas, mueren sin solución. Dirás que el daltonismo en cada una de sus frases vive inconformidades permanentes. No asientan su personalidad mientras otros no la consideran documentada hasta la saciedad. Los hay que piensan en la familia mejor posicionada en la lista de los valores de una época. Mercancías que, arcaizadas han perdido su realismo y de las cuales sólo queda la humareda, el incienso que la sociedad anterior sintió como parte de una dignidad, ahora confusa, con rangos transigidos, cambiantes, y cuya ética no responde al ayer. Son los Tiernos representantes de la memoria abierta. Amos de la perpetuidad de un cuerpo que les nace cada día con un programa nuevo. Se creen modernizados, perennizados slogans. Alentando la desaparición de lo que fueron, escaparates de segunda mano donde la escoria tiembla.

Llueve y la tarde se nubla de metáforas, de mentiras gloriosas, de anfibios y de anfibias, de mantras, y hasta “mantros”, cumplimos con la era, de abogados con batas de profeta. De recetas para asaltar el celo y cielos despistados que se mueren de serlo. De sonidos únicamente percibidos por el oído insomne, el oído que anda tras de lo que es el ruido o la palabra infiel en su barroco, que ya ninguno entiende. Ponemos los oídos al unísono, para besos y frases. La guerra identifica. El odio tiene remos. ¡El corazón, barcaza que hace agua, (“viajero solitario se preguntaÖ.”) interroga lo suyo sin que nadie entienda, que muchas veces en la cursilería de un bolero está la filosofía del futuro! Solo en ella se percibe y despiertas entre luces hecha de mil colores. Se oculta el blanco y negro del contraste. La muerte te equipara.

Las calles se desdicen, detienen su trazado si alguien se muere a tientas. Las calles, compañeras del último zapato. Del pie de proletario, y el grito del “chineeeeero”. La carroza y su muerte dejan huellas del tiempo no vivido, mientras la muerte acepta el número de casas que ella misma proyecta y va cantando. Contabilidad fría, parásita de un sueño que no cesa, porque ha perdido el nombre.

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