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OTEANDO

El retardo de los sueños

Durante toda su vida había confirmado que la cristalización de deseos y aspiraciones acusaba cierta suerte de retardo, y que a veces, el destino los trocaba con resultados diferentes a los queridos, como si quisiera hacerle sentir su minúscula fuerza para incidir en la determinación de aquellos. En muchas ocasiones era como si, cuando lograba algo, ya no lo deseaba realmente, o al menos no con la intensidad que inicialmente lo había anhelado.

De adolescente soñaba con tener una interacción social que le hiciera sobresalir entre los demás, cierta actitud de parte de sus coetáneos que derivara en reconocimiento público, pero aquello no empezó a ocurrir sino a partir de los veintiuno. Quería casarse con Estela, pero cuando le llegó la posibilidad material de hacerlo ya se había enamorado de Raquel. Aspiraba ser un gran abogado y terminó siendo un excelente guía turístico.

Cuando niño le hacía una gran ilusión la idea de poder construirle a su abuela materna una hermosa casa en medio de aquellas tierras donde corrió -líquida- su infancia, entre el maroteo y los baños en el “charco hondo”; una casa con un amplio jardín poblado de lirios, margaritas y azucenas , idénticos a los que ella cultivaba en un pequeño espacio con cerco de piedras colocadas con una simetría solo comparable con la armonía de los nobles atributos que la hacían el ser más adorable del planeta. Pero cuando quizá ya podía construirla la abuela le dijo adiós al comienzo de una calurosa tarde de verano en la que él también murió un poco.

De modo tardío le proveyó el destino -a Críspulo- las cosas deseadas, y más generalmente, con tal desprecio las mataba. Pero esa madrugada, mientras dormitaba, llegó Orfelina Gómez Arias, su antigua condiscípula de pregrado, aquella suerte de inalcanzable y prohibido amor que padeció durante unos años de su juventud. Vino a ofrecerle su amor, a decirle que lo amaba, a estar con él. Fue un encuentro sin sexo, pero de una carga erótica, de una cercanía tal, que hizo plena la realización de aquella pasión reprimida que ni siquiera había advertido nunca durante la vigilia. Entonces, al despertar fue feliz, porque sintió realizado aquel deseo en tiempo oportuno -al menos una vez tuvo lugar algo a tiempo-, solo que fue un sueño, pero le dejó tatuada el alma de pura realidad, porque, después de todo, “La vida es sueño”.

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