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En el carrusel de la democracia, pragmáticos y fi lósofos

Discernir sobre el influjo de la Filosofía sobre la Política en la democracia, motiva a quienes, partiendo de ello, actúan legítimamente en la procura, ejercicio y sostenimiento del poder y a los estudiosos del tema.

Como en todo ámbito, aquí existen, al menos, dos conceptos en tensión.

Hacer algo partiendo de cierto criterio denuncia que una Filosofía enmarca tal ejercicio.

Son básicamente dos las modalidades sobre esta praxis social que los procuradores de poder pueden asumir. Al hacerlo, generan dos grupos definidos por el concepto/abordaje de la política.

Primero, la política “desprovista” de conceptos, activada como artilugios sobre los modos y vías de obtener y retener el poder; sin necesidad de kerigma, anclada a la cultura y al grado de desarrollo institucional.

Asumida como pragmatismo “desideologizado”, “carece” de ideales; se presenta cual tácticas amplias de la estrategia personal o grupal, disponiendo equipos, procesos y actos cuyo único fin es el poder: obtenerlo y preservarlo, para el beneficio propio.

No atiende otros escenarios ni acepta otras razones que limiten su participación en la política. Sus fuertes: estómagos y bolsillos.

En segundo lugar: quienes apelan a una Filosofía de la política. Incluyéndolos, trascienden a los primeros al minar de ideales y conceptos el terreno de la “real politic”. Sin abandonar este campo, disciernen, conceptúan y categorizan sobre los motivos, urgencias y conveniencias de su vigencia política. Para lograr el poder mediante sufragio universal, democráticamente, impregnan sus discursos de significados que trascienden las propias votaciones, escalando hasta la Filosofía del derecho. Sus fuertes: socionarrativas y discurso.

Dice Michael Waltzer en “Pensar políticamente” (Paidós, 2010) que estos filósofos “reclaman un cierto tipo de autoridad para sus conclusiones”.

Esto es: asumiendo el pragmatismo, enarbolan claves relativas a las filosofías de la Política y del Derecho para justificar su búsqueda, obtención y retención del poder. Grupos eclécticos, no excluyentes. A los primeros denominamos pragmáticos. A los segundos, filósofos políticos.

Al no existir filosofía sin una ética, una Filosofía política presupone una Ética política: unos límites sobre los actos que, en su ejercicio del poder, los filósofos políticos instalan como columnas de un Estado garantista de la vigencia de esa Democracia anclada a la Filosofía del derecho y a la justicia, constituyentes del Estado y normativas de la política.

Las leyes trascienden las oleadas de triunfos y derrotas de pragmáticos y filósofos, erigiéndose en marco regulador de las praxis sociales, incluyendo la política: poniendo límites al ejercicio del poder, a las ansias y ambiciones de individuos y grupos.

Ninguna filosofía confunde actos con preceptos ni acciones con intenciones.

Pragmáticos y filósofos políticos activan indistintamente políticas públicas con fines estrictamente de procura o sostenimiento del poder, revistiéndolas de intenciones éticas y filosóficas o de descarnada racionalidad egoísta. Posibilidades crecientes en las democracias, por otra razón que también señala Waltzer: “El pueblo reclama un tipo distinto de autoridad para sus decisiones”, es decir, para emitir el voto, consentir y validar.

Sin excluirse absolutamente, la proporcionalidad en que asumen las tensiones entre estadística y Filosofía del derecho también diferencia a ambos grupos.

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