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EN CÁMARA

David Ortiz, el morbo y la post-verdad

El Ministerio Público y la Policía Nacional presentaron evidencias para sustentar su teoría del caso en el que resultaron heridos David Ortiz y Jhoel López. Según las autoridades todo fue producto de una confusión, el atentado iba dirigido contra Sixto David Fernández, un amigo del beisbolista que visitaba ese bar con regularidad, a quien un grupo criminal ligado al Cartel del Golfo habría ordenado asesinar por viejas rencillas personales. Testimonios e interrogatorios, soportados por fotos, audios, conversaciones compartidas por mensajería celular y vídeos de vigilancia perimetral, demuestran el seguimiento que esa banda daba aquella noche al real objetivo del atentado.

Sin embargo hay quienes dudan de la tesis oficial, alegan que tiene “hoyos” y prefieren creer en los relatos y especulaciones difundidas por las redes sociales; tesis inconsistentes, con muchos más huecos que las presentadas por la Procuraduría.

No cuentan con pruebas alternas. Aunque tampoco las necesitan. Esa gente construyó su realidad alterna; para ellos a David intentaron matarlo en disputa por una mujer, y las autoridades encubren al autor intelectual.

Han construido su caso con la copia de un supuesto cheque para la adquisición de una vehículo ---cuya originalidad no está verificada---, y con decenas de sugerentes fotos de una chica bastante atractiva. Una joven que, aunque no establece la naturaleza de la misma, manifiesta que tiene una relación de siete años con David... Lo que de entrada tumba la versión de que “se la quitó a un capo”.

Pero aún otorgando algún tipo de crédito a esa línea argumental, presumiendo reales las versiones de amenazas que habría recibido David, y dando como un hecho el supuesto intento de asesinarle en un incidente por el cual debió refugiarse en una estación de combustible ---negado por el entorno del beisbolista---, tendríamos que concluir que Ortiz es cuando menos un gran idiota, un desprevenido, irresponsable y hasta temerario con su vida; un loco que, bajo amenaza de muerte, acude solo, sin seguridad, a un centro de diversión abierto y se sienta de espaldas a la calle en una oscura noche de domingo...

Algo incompatible con la conducta histórica de David, que nunca ha sido un hombre de meterse en problemas. Ni si quiera en su juventud, cuando su padre Leo “no le perdía ni pie ni pisá”. Sin embargo, y según estos teóricos, ahora, después de viejo y realizado, se enfrasca en un conflicto con un alegado capo.

Toda la trama encubierta, vaya a ver por cuáles estrambóticas razones, por las más altas autoridades investigativas y políticas del país y de los Estados Unidos... Un absurdo insostenible.

Las teorías conspirativas no son un fenómeno reciente, pero con internet y las redes sociales han alcanzado niveles estrafalarios.

Y es que en esta época de la post-verdad, las emociones, prejuicios y creencias personales influyen más en la opinión de la gente que los hechos fácticos y objetivos; el morbo, los odios y el sensacionalismo limitan los espacio al argumento racional y a la discusión ponderada, sesuda y cognitiva; y el sentido común se confirma como el menos común de los sentidos.

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