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EL CORRER DE LOS DÍAS

La digitalización del olvido

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Hace ya unos d í a s , e n l a prensa nacional, alguien pidió a una famosa web, no solo excluirlo definitivamente de su listado, sino también eliminar su nombre, su firma y sus escritos. Pensándolo bien, el solicitante deseaba bosquejar la memoria contenida en la web. Generar la nueva página en blanco de una historia que al parecer resultaba inconveniente. La pregunta obligada es la de cuántos han querido, por arrepentimiento, por dudas o “por un inexplicable lo que sea” vencer su pasado encontrando como primer peldaño las páginas electrónicas donde está vigente, para toda le eternidad posible, es decir, para todas las edades, el estable e imborrable sonido de todo cuanto ha sido o ha dejado de ser; puesto que también lo no vivido es historia ajena inserta en la nuestra, historian de revés, si se desea; hay ocasiones en que la web espiritual puede acumular incluso lo que no hemos sido, o aún más, lo que no estamos siendo o lo que seremos.

Era, y así lo he pensado, un nuevo modelo de olvidar, una forma digital de manejar, en lo posible el olvido, fragmentándolo, quedándose, impunemente el solicitante con el recuerdo conveniente, con parte verdadera y oculta del suyo, personal y recóndita, latiendo sin percibir que lo apadrinan angelicales glándulas protectoras. Este modelo de petición de olvido a una web que maneja millones de memorias se parece mucho al de los griegos que bañándose en las aguas del río Leteo buscaban disolver la memoria, pero no una parte insomne de la misma, sino la memoria completa; posiblemente cuando salían de las aguas del río disolutor, ya eran una o muchas las páginas en blanco. Daban así inicio a la húmeda psiquiatría el siglo V antes de Cristo.

Las palabras son aire y van al aire, proclamó Gustavo Adolfo Bécquer una vez, preguntando por si alguien sabía dónde iba también el amor, porque sabido era que las lágrimas iban al mar, pero no tenía destino para el amor caducado.

Nadie mide la escapada del amor, no hay como, pero suponemos que es cuánticamente mensurable el amor escrito y abandonado en una página web a la que temerosos, pedimos la extirpación de lo dicho porque no deseamos volver a pensarlo. Muchas de las obras “non sanctas” de un Alfredo de Musset, o de los Musset modernos, piden por sí mismas su borradura o eliminación. Pero la web, un pulpo extractor de vidas literarias y de todo tipo de contenido, ya, en su vientre hinchado de facturas y metáforas, y autodigestorio, no responde. Las palabras, montadas en electrones, o en sonidos divinizados se preservan como voces angelicales comparables a una muerte sin futuro. Las palabras antes tenían la corporeidad sonora que posee el amor, ahora flirtean con la computadora que las produce, y no se sabe si las mismas, cuando caen el disco duro, se transforman en cadáver sonoro, y no solo en letras que se bautizan en el pasado provisional que ahora es nuevo, ocurrencia de un pensamiento oculto que la web, en silencio, factura impagada o bello poema.

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