Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

EL DEDO EN EL GATILLO

Tres, eran tres, y ninguno era bobo

1 Le temblaba la voz a un gran amigo cuando me contó este secreto. Llevaba en sus manos un libro de su propia autoría, impreso.

Lo abrió y descubrí, marcados de su puño y letra, gravísimos errores de corrección en casi todas sus páginas.

Según me explicó, pagó de su propio bolsillo la corrección de estilo, pero la persona encargada de hacerlo no le hizo caso. Solo le enmendó unos pocos errores en las primeras 10 cuartillas, y el resto del volumen lo engavetó por varias semanas. Al cabo de las cuales se lo devolvió, con la certeza de haberlo revisado de arriba abajo.

-Yo no escribo así. Ese señor es un charlatán –me dijo.

No era la primera vez que el mencionado corrector cobraba honorarios por un trabajo mal hecho. El suyo era un caso manifiesto de impericia culposa. Sin embargo, era un tipo perspicaz y había elegido ganarse la vida engañando a los demás. Sabía que no estaba preparado para esa labor, pero se había fabricado un nombre, y para él, eso era más que suficiente.

Mi amigo lo puso en su lista negra. No se dio a la tarea de desprestigiarlo porque su altura intelectual le impedía organizar campañas de tal envergadura. Sin embargo, poco después descubrí que otros escritores o aspirantes a escritores habían sido engañados por este y otros personajes de similar catadura. 2 Un afamado pintor me narró un hecho curioso. Un intermediario dijo conocer a un pelotero de Grandes Ligas aficionado a las artes visuales, y se prestó como intermediario entre él y el jugador para vender dos cuadros de su colección. ¿El precio?: un millón de pesos cada uno.

Lo curioso ocurrió cuando mi amigo el pintor recibió el cheque por el acto de compraventa con la cantidad de un millón 400 mil pesos dominicanos. Como esta cifra no fue la acordada, le pidió al intermediario una explicación.

El hombre se excusó por no informarle debidamente que él cobraba por cada cuadro vendido, el 30 por ciento de comisión 3 Los políticos que buscan “Ghost writers” para que escriban libros a su nombre nunca me hicieron “una propuesta indecente”.

Me enviaban canastas navideñas, y en cierta ocasión una cartera de marca, vacía, pero nunca se atrevieron a insinuarme una contratación para realizar un trabajo que considero sucio.

Acepté sus regalos por educación, porque en definitiva, son seres humanos que dieron con la persona equivocada. Ya hoy, por suerte para mí, ni se acuerdan que existo. Y eso me alegra mucho. Cuando los recuerdo, parafraseo al gran poeta cubano José Ángel Buesa: “Pasarán por mi vida sin saber que pasaron”.

Tags relacionados