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El juego lacerante del Éxodo Baretiano

El sábado 23 de marzo a las 5:00 de la tarde entré al Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA de la Ciudad de Santiago de los Caballeros, y al penetrar a su sala de exposiciones temporales me dió la impresión de haber llegado a un salón donde recién terminaba una ronda del juego de dominó. Esa fue la sensación que me transmitió la macro discursiva visual de la nueva muestra individual de un artista joven con un pensamiento comprometido y un pincel agudo; él es Carlos Baret.

“La distancia del corazón” es la tercera entrega de su serie ÉXODO DESCOMPOSTURA; recorrido creativo con el cual este joven creador de confesiones, ha ido hurgando, llorando, cavilando, lamentando, gritando, protestando, resabiando, maldiciendo, amando, y por qué no, también odiando muchos aspectos de la existencia humana que constituyen la materia prima de sus reflexiones y el contenido latente de su obra.

Como en el juego de dominó, las piezas mostradas en la exposición están estratégicamente colocadas. El creador Baret, igual que el jugador que ha dominado la ronda anterior de la competición, abre esta fase del encuentro con una ficha que hace creer a los amigos que están al frente (los observadores), que el partido va en una determinada dirección; sin embargo, en la medida que se desarrolla el proceso, es decir, el recorrido por el salón, se avanza al encuentro con una serie de fichas distintas entre sí, pero sin dudas pertenecientes al típico pasatiempo recreacional del juego en cuestión.

No obstante, ¡tened cuidado!, no te vas recrear; porque el recurso distancia como eje temático, regularmente latente y evidente otras, nunca está ausente en el gran espacio que recrean unas treinta (30) obras, conformando un universo en el cual cada pieza expresa, según el caso y de forma lacerante, la distancia nostálgica, la distancia humana y la distancia geográfica.

La distancia nostálgica queda puesta en evidencia en obras como “Solo quedó en la postal”. La desaparición de la postal como tal y la vigencia de la videopostal, es lo que podría hacer más dolorosa esa visión de la partida, ya que la videograbación deja muy poco espacio a la imaginación; las dimensiones no visualizadas se reducen casi a nada porque en una grabación todo aparece expuesto tal cual, y eso hace que mirar desde la posible ancianidad, postrado en una silla de rueda el amor perdido en la gran ciudad, en la guerra o en la misma senectud, provoca que la añoranza sea más poética.

La obra es un acrílico trabajado sin aparataje visual, con una policromía de colores donde danzan en un espacio escénico imaginario el negro, el gris, el marrón y el rojo; con los cuales el artista construye, hábilmente, imágenes que traen desde el almacén del subconsciente del observador figuraciones de la cotidianidad, pero manejadas de una forma tan discretamente seductora que conmueve profundamente.

En “Huella profunda” está ilustrada la distancia humana que resulta de la deshumanización y la transgresión que ciertas personas hacen al espacio de la integridad de los demás. ¿Cómo es posible que el cuerpo humano sea en ocasiones instrumento de construcción y en otras sea maquinaria de destrucción? Es ese el intervalo que deja establecida la línea fronteriza entre un alma burda y una sublime.

En esta pieza, las bien logradas pinceladas chorreantes del rojo connotan sangre; y ese fluido viscoso, entre blancoide y azulado es el flujo que en los instantes de éxtasis de un encuentro consentido es lluvia de bendición; pero que cuando es resultado de un asalto a la dignidad, se vuelve néctar tóxico, asqueroso y azaroso que deja vacío el ámbito vulnerado.

“Panorámica desde el puente Juan Bosch” y “Paisaje teleférico” dos acrílicos que verbalizan la distancia geográfica; el primero con un manejo sutilmente abundante de negro-gris-azulado mientras que el segundo se desborda en una disposición expresionista del rojo. Porque “panorámica” es como ver el río Ozama desde un puente muy próximo, desde donde es posible identificar los rostros que con alguna "creciente" se marcharon. El segundo constituye una perspectiva social desde la cual se erige la modernidad.

Con ese sentido de lo humano y lo social, Carlos Baret combina el entretejido visual de todas las piezas de su nueva exhibición hasta concluir con una triada de agujeros negros, los cuales están concebidos para que el público asistente pase al interior de los mismos y esa constituya la experiencia final de la visita.

Después de vivir la fascinación de esa visita se quedan en el pensamiento un cúmulo de imágenes de piezas colocadas una frente a otra mirándose, tocándose y desafiándose. Otras acuclilladas, sodomizadas y ocultando su vergüenza; la siguiente nos mira desde la reja proyectada por un código de barra que al final nos quitará la paz, y con la paz la vida. El gran maestro Dalí hace acto de presencia en un trabajo cuya voz se extiende de un extremo a otro del cosmos para disminuir su dimensión. “De tanto amar quedo desnudo” porque entre él y ella hay océano tan hermoso como el azul del cielo y tan determinado como un corazón que no te da libertad de elegir.

Bajo esa dinámica se dispone la realidad que se visualiza en esta secuencia de ÉXODO, “La distancia del corazón” la que constituye la décimo segunda exhibición individual de Baret, así como también la décimo segunda muestra del Centro de Convenciones y Cultura Dominicana UTESA, el cual nació hace algo menos de un año.

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