Opinión

OTEANDO

Para mamá

El pasado domingo 31 de marzo fue un día muy especial, cumplía años la persona que en la primavera de 1959, un once de febrero, miércoles de ceniza, a las ocho de la mañana, me trajo al mundo. El día anterior viajamos hacia Santiago -donde vive- mis hermanas Gertrudis y Ana, esta última acompañada de su esposo José y mi sobrina Ana Laura, dispuestos a partirle un bizcocho y tener con ella un almuerzo en un ambiente de celebración familiar en el que ella sintiera la reciprocidad de un amor multiplicado a partir de sus mimos, su entrega y sus desvelos. Un ambiente que en efecto resultó lleno de recuerdos junto a Darío y Federico, mis hermanos varones y donde extrañamos las que viven en el exterior y no pudieron acompañarnos.

Durante varios días, casi ensayé, todo lo que haría, llegado el momento de la celebración, para reconocer en mi madre lo mucho que ha restado de sí para sumarlo a nosotros, porque no quiero que la reciprocidad debida se resuelva en la muda expresión de una lágrima en la futurible hora de la partida ni que mi canto de amor se traduzca en vano estridular de cigarra macho para la hembra “sorda y muda”. Sin embargo, la atmósfera festiva -ruidosa a veces- impidió nuevamente, mamá, que te expresara lo debido, y retraído en un rincón, reparé en tu disminución física, en la indefensión que proyectan tu respiración cansada y tu mirada perdida, reclamantes constantes de proveimiento afectivo y hasta de calor físico. Entonces te di un abrazo, resumiendo en él todo lo que te amo, un abrazo quizá culpable, sintiéndome por un momento reo de matrifagia, al evocar el sacrificio de la araña aterciopelada del que me contabas al hacer conmigo mis tareas de ciencias naturales. Tu aspecto de hoy contrasta mucho con el de aquella mulata hermosa que, en las tardes, me enseñó la tabla del uno al doce, los quebrados y la historia patria; o el de aquella que, frente a su flamante “fogón de hornilla” -del que solíamos presumir, ya que en la época casi todos cocinaban en anafes- preparó, para mí solo, una torta de maíz en una pailita, porque te expresé mi decisión de que, “cuando fuera hombre, le diría a mi mujer que me hiciera una para mí solo” y no querías -dijiste- que tuviera que esperar tanto, pero mi amor por ti es igual de tierno que el de entonces y quiero que lo sientas al leer mi artículo, ahora que vives. ?

El autor es abogado y politólogo.

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