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VIENTO SUR

Fracaso en Venezuela

Ser fuerte, grande y dotado de un poder imperial no hace a ningún país invencible —y mucho menos invulnerable— cuando enfrenta a un pueblo dispuesto a defender su territorio, y peor aun, si ese pueblo tiene amigos leales y decididos a no abandonarlo en el peor momento.

Eso se está poniendo a prueba, ahora, en Venezuela.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, prometió tragarse a Venezuela y consiguió un coro de Estados –incluido, a contra historia, el de República Dominicana, en la tarea de asfixiar al gobierno de Nicolás Maduro, que en elección incuestionada obtuvo 6,9 millones de votos para constituirlo en presidente de su país.

Trump y los más viejos halcones imperiales, estos últimos (Trump no) llenos de sangre desde los pelos de la cabeza hasta las uñas de los pies, crearon un muñeco estúpido y genuflexo llamado Juan Guaidó para convertirlo en presidente “encargado” para invalidar a Maduro.

Resultado: ¡Nananina! Guaidó ha devenido en un payaso que reconocieron como gobernante cincuenta Estados títeres de Estados Unidos que hoy no saben qué van a hacer con ese engendro. Alemania, menos mal, ya se salió de ese desaguisado.

Si Guaidó y Trump conocieran la Constitución de Venezuela, supieran que un presidente encargado solo puede investirse por ausencia total y comprobada del Presidente constitucional y solo por un período de 30 días durante los que tendrá que convocar a elecciones nacionales para elegir a un nuevo gobernante.

Como Guidó y sus patrocinadores no controlan ningún poder —aunque pueden robar recursos estatales y patrocinar el terrorismo contra su propio pueblo— nunca convocó a elecciones y hoy es un violador consuetudinario de la Constitución y de las leyes venezolanas e inexplicablemente no ha sido encarcelado por la “dictadura de Maduro”.

Me gustaría ver qué pasaría si el gobernador de Nueva York se declara encargado del poder ejecutivo en Estados Unidos y pidiese a México que invada el país para sacar el gobierno “ilegítimo” de Trump. Sin duda que solo el Servicio Secreto de Estados Unidos lo arrestaría y metería en la cárcel por colocarse fuera de la ley.

El tontón de Guaidó, que voces autorizadas afirman que es un oficial operativo de la CIA, aunque evidentemente mediocre, ya tiene más de dos meses haciendo el papel de “presidente encargado de Venezuela” y a la vez “líder de la oposición”. ¿Oposición a quién? Oh, a Maduro, el verdadero presidente.

Estados Unidos y Guaidó, con el concurso del irreverente presidente de Colombia, Iván Duque, y del sicópata Jair Bolsonaro, de Brasil, intentaron entrar “ayuda humanitaria” obligada a Venezuela y solo una compañía de la Fuerza Armada Nacional de Venezuela se lo impidió, pese a que contaron con un coro mediático impresionante de toda la prensa internacional puesta a su servicio.

Dos meses después del intento sedicioso de Guaidó y su cohorte anti-venezolana, la derrota es evidente. Maduro no solo sigue sólidamente instalado en Miraflores, sino que luce inconmovible con el apoyo unánime de las fuerzas armadas bolivarianas.

Ya lo he dicho: desde 23 de enero de 1958 que Marcos Pérez Jiménez dio un golpe de Estado exitoso, en Venezuela jamás ha triunfado una asonada militar. ¡Ni siquiera la de Chávez en 1992, que para su bien, también fue derrotada por la lealtad y la unidad de las fuerzas armadas venezolanas!

¿Qué quieren ahora, que las fuerzas armadas venezolanas, más bolivarianas que nunca, se rebelen contra su presidente y su pueblo? ¡Quieren lo poco menos que imposible!

La guarimba de Guaidó y sus patrocinadores “americanos” está derrotada por el pueblo venezolano y la verborrea imperial no ha servido de nada frente a una fuerza armada unida, una milicia popular armada y movilizada, y un pueblo de pie resistiendo el terrorismo que se expresa en sabotaje al sistema eléctrico del país, algo inaudito que todo el mundo sabe que no puede hacer Guidó, sino sus jefes.

Hay algo extraño en Venezuela en estos momentos que delata los falsos relatos para atacar el gobierno: ¿Dónde está la oposición de Capriles, Rosales y demás dirigentes “históricos” que enfrentaron por todos los medios al chavismo-madurismo?

El poder imperial los obligó a no firmar los acuerdos de Santo Domingo en 2018 y ellos han tenido el honor de no convertirse en peones de ese mismo poder y por eso nadie los ve en el escenario de hoy en Venezuela. Mi respeto hacia ustedes, caballeros.

Terminaron las campañas mediáticas sobre supuestos desabastecimientos de alimentos para la población puesto que ahora solo se habla de apagones evidentemente provocados por sabotajes cibernéticos y un incendio que siguió a un ataque con disparos de fusil en un punto vital del sistema de electricidad.

Derrotado el golpe contra Maduro ¿o alguien tiene esperanza de que pueda caer el gobierno, incluidos los tontos líderes políticos dominicanos -¡cuánta ingratitud!- sin dos dedos de frente?

La obstinación estadounidense ha tornado la situación de hoy en Venezuela de un conflicto político interno a un ángulo álgido de la confrontación internacional entre Rusia y China, por un lado, y Estados Unidos, por el otro.

China y Rusia quieren un gobierno como el de Maduro que garantice acceso comercial a sus enormes recursos mineros.

Estados Unidos, que tiene acceso comercial a esos recursos venezolanos, los quiere controlar para llevárselos a precio de “vaca muerta” corrompiendo a sus propios agentes convertidos en líderes de la patria de Simón Bolívar.

La poderosa nación del “norte revuelto y brutal” no tiene hoy fuerzas internas para materializar su deseo y una agresión militar directa a Venezuela constituiría un atolladero, sellado con decenas de miles de soldados muertos y cientos de aviones, helicópteros y navíos destruidos.

Si Estados Unidos sigue insistiendo en derrocar a Maduro, cosechará como resultado una de dos cosas: una derrota humillante de sus soldados si agreden a Venezuela porque los bolivarianos están bien armados y asesorados, y decididos a pelear, o que los rusos y los chinos instalen en Venezuela una base en forma para desafiar el poder estadounidense en sus propias narices.

Es penoso que República Dominicana, desde la ingratitud más inexplicable, esté del lado de los agresores y contra el pueblo solidario de Venezuela. ¡Qué pena!

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