Identidad, cultura y diplomacia hoy
En la dinámica de la política internacional, la promoción y salvaguarda de la identidad de la nación, y de su imagen y prestigio, han ocupado siempre un lugar preminente entre las responsabilidades esenciales que corresponden a los estados (a través de sus representantes). Sin embargo, es relativamente reciente en las relaciones internacionales que estos últimos, con la debida efectividad, puedan contar metódicamente con la denominada “diplomacia cultural” como consistente estrategia para la consecución de determinados objetivos de su política exterior.
En tal contexto, los asuntos culturales se sitúan como “una eficaz tarjeta de presentación” de determinados países, en sus esfuerzos por obtener una proyección que contribuya eficazmente a lograr el posicionamiento internacional que se han propuesto, generando “un clima de cooperación propicio a los negocios e inversiones” y al turismo. Igualmente se facilita el desarrollo de vínculos fructíferos y duraderos entre los estados.
La “diplomacia cultural” ha resultado ser un eficiente recurso que permite utilizar el acervo y potencial cultural de la nación, tácticamente, en beneficio de sus relaciones exteriores. Como referencia histórica, merece recordarse que “el término diplomacia cultural” fue acuñado por Willy Brand, siendo Ministro de Relaciones Exteriores de la entonces República Federal de Alemania. Actualmente, los asuntos culturales son asumidos como el tercer pilar de la política exterior, conjuntamente con los asuntos prioritarios de carácter económico (comercial y financiero) y político (de seguridad y defensa).
El universo actual de la “diplomacia cultural”, sostiene B. Podestá, es inmenso en amplitud y riqueza, y está convenientemente relacionado con el patrimonio cultural de los países, tanto de su reciente desarrollo cultural, como de su pasado histórico. No obstante, contar con esto no sería suficiente como punto de partida de una efectiva “política exterior cultural”. Para ello resulta imprescindible que los países puedan utilizar eficientemente estos factores en beneficio de ese objetivo, concediéndoles el manejo profesional que amerita.
El intercambio comercial, la cooperación económica y los proyectos de integración suelen necesitar de la “diplomacia cultural” para avanzar en la dirección deseada. Evidentemente, el desconocimiento de la realidad sociocultural de los países del entorno puede ser muy perjudicial. Los prejuicios, las visiones y opiniones parciales, cuando no distorsionadas, de algunos países en relación a otros, dificulta, cuando no inhibe, el surgimiento de relaciones de confianza y en consecuencia los proyectos de cooperación (Arrosa Soares).
Además de lo señalado, la formulación de una política exterior “contemporánea” suele contemplar con precisión objetivos de carácter cultural y educativo. Han podido identificarse como fundamentales objetivos en ese marco, la promoción en el exterior de “los valores de la identidad nacional”, sean estos culturales, históricos o artísticos. Así sucede también con la difusión de las obras de los intelectuales y artistas nacionales, el folklore y otras manifestaciones del arte y la artesanía.
Debe velarse, igualmente, porque los nacionales residentes en el exterior cuenten con las facilidades para mantener el conocimiento y contacto con su cultura e historia. Asimismo, resulta esencial la debida protección, defensa y difusión en el exterior, del acervo cultural e histórico de la nación. Entre las imprescindibles acciones en este campo, también se consigna profundizar las relaciones con los demás estados, a través de los consabidos intercambios culturales, hoy apoyados en las facilidades que ofrecen los medios digitales.
Asimismo, como parte de las responsabilidades concernientes a la misión diplomática, están: promover la suscripción (e implementación cuando corresponda) de acuerdos de cooperación, culturales y en materia educativa, equivalencias de estudios y defensa recíproca de bienes culturales y artísticos. También, “captar consistentemente”, en el extranjero, las posibles opciones, en el marco de la cooperación, para la transferencia de tecnología y adelantos en los campos educacional y científico; conforme a las instrucciones de lugar y a la correspondiente planificación.
Conviene recordar, que el artículo 11.9 del DR-CAFTA contiene disposiciones que incentivan acuerdos de reconocimiento mutuo de educación o experiencia obtenidas, de requisitos cumplidos o licencias o certificados otorgados.
Cabe destacar que determinados países facilitan, en los centros formativos de sus “Cancillerías”, el conocimiento de los esenciales aspectos culturales del país donde el diplomático ejercerá sus funciones en cada caso en particular, como labor eminentemente técnica. Esto último será llevado a cabo por el Instituto de Educación Superior en Formación Diplomática y Consular de nuestra nación, en el marco del “curso especializado por país” que está desarrollando actualmente dicho Instituto. Obviamente, se deben conocer previo a ello, amplia y consistentemente, los del propio país, entre otros fundamentales requerimientos para la efectividad del ejercicio del diplomático profesional.
Como parte de los entrenamientos que demanda la capacitación en diplomacia pública, se suele impartir como disciplina la llamada “diplomacia cultural” (teoría y práctica), que incluye los fundamentos de ese carácter, y los lineamientos para el ejercicio (y estrategias) de esa modalidad de ejecución de la diplomacia.
Debe recordarse, que actualmente el prestigio cultural de un país es un componente básico del denominado “poder suave” (“soft power”), cuya importancia es determinante para la construcción de una imagen internacional consistente y “altamente favorable” a los respectivos intereses nacionales. Téngase presente, asimismo, que las relaciones culturales, por su naturaleza, permiten la continuidad de los “vínculos amistosos” en períodos críticos de las relaciones entre los estados.