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Igualdad. Ni más, ni menos

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Margarita CedeñoSanto Domingo

El resentimiento y la agresividad está llevando a muchas personas a cuestionar los movimientos que promueven la autonomía de la mujer en todos sus sentidos. La idea del hombre fuerte, como el más indicado para enfrentar las graves crisis que afronta la humanidad, se fortalece en el imaginario, en especial, en el ámbito político, donde el populismo y los extremismos, han poblado el espectro ideológico de líderes autócratas con una <>.

Muchas democracias se han poblado de gobernantes que solo ven a la mujer <>, una epidemia que ya comienza a tener acólitos en muchas partes de occidente, amenazando seriamente a América Latina y El Caribe.

Panjak Mishra, el mismo de <> dice que las masas desarraigadas apelan al populismo y la brutalidad rencorosa para responder a una élites que promueven la desigualdad. Parecería, entonces, que surge una necesidad de un coraje exacerbado para combatir la arraigada desigualdad, que se vincula mayormente a líderes fuertes, repletos de testosterona. Sin embargo, el riesgo es que esta actitud lleve al mundo a enfrascarse en una pelea fratricida, que resulte en un retroceso para la humanidad.

Esta creencia arraigada genera una nueva <>, de la que hoy se habla bastante, que repliega en toda la sociedad, quizás como una reacción a las constantes luchas por la igualdad de género que no han cesado en los últimos 100 años. Desde las sufragistas hasta el movimiento #metoo, cada batalla por la igualdad nos anima más, pero a la vez requiere más compromiso de nosotras.

Esta ola negativa de masculinización se monta sobre los enormes obstáculos que, por el solo hecho de ser mujer, debe sortear una joven para terminar sus estudios y encontrar su primer trabajo. Sobre las horas interminables que dedicamos al cuidado de los demás; especialmente al enfermo, discapacitado o envejeciente en el hogar, una economía de cuidados que es ignorada por las mediciones existentes. Se monta sobre la injusta desigualdad en el salario a la que se enfrentan millones de profesionistas, aún cuando realizan la misma labor que un hombre; y sobre la escandalosa pobreza en los hogares con jefatura de femenina, hogares que son ignorados por el desarrollo económico y que son, muchas veces, el origen cultural de la desigualdad.

Las mujeres sistemáticamente subestimamos nuestra capacidades, culpa de años de estar relegadas al segundo plano, lo que ha generado que el deseo de superación y la ambición tenga un efecto negativo en las mujeres pero, por el contrario, genere un efecto muy positivo en los hombres.

Esta realidad nos convoca y nos invita a dar un paso al frente. Si no somos nosotras, ¿entonces quienes? De poco sirve saber qué es lo que se tiene que hacer para lograr la igualdad, si quienes toman decisiones no se apropian de esa agenda.

Fue ese el espíritu que nos convocó a Bogotá, a un encuentro con las Vicepresidentas de la región y otras importantes autoridades femeninas de toda Iberoamérica, conscientes de que cada paso dado representa un firme avance hacia una meta muy clara: la igualdad. No es suficiente romper el techo de cristal, el reto es evitar que se vuelva a poner y asegurarnos de que la puerta siga abierta para todas.

Por eso, tenemos que ser dueñas de nuestro éxito. Lo que hace falta es que las mujeres, con cada día que pase, nos sintamos más dueña de nosotras mismas, que alcemos las voces, declarando juntas que exigimos ser respetadas y amadas, que nuestro derecho a la autonomía física, económica, emocional y social, no son negociables. Hagamos realidad el más justo de los derechos: igualdad, ni más, ni menos.

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