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EL BULEVAR DE LA VIDA

Una casa de citas por Anthony Ríos

LA BANDA SONORA DE NUESTRAS VIDAS Comencemos por decir que, con sus canciones, Anthony Ríos patrocinó más amores que el Estado dominicano nuevos ricos; que con ellas curó más heridas de amor que el Darío Contreras fracturas de tibia y peroné. A este poeta maldito, genial y talentoso, auténtico y loco, uno le hubiera cambiado feliz y gozoso todos sus programas, entrevistas, libros, bulevares, argumentos e ironías, por la menos maldita de todas sus canciones malditas, o quizás por la más cruel: “¿Por qué la llave de tu cama no aparece ahora?”. Perdón por la nostalgia, pero me acaban de confirmar que, en un desliz imperdonable, Buda o Jehová acaban de permitir que Anthony Ríos se cansara de andar salvando una y otra vez al amor. Perdón por este adiós que puede parecer una casa de citas en su honor, y en cierto modo lo es, pues las canciones de Anthony son parte de la banda sonora de nuestras vidas y sus desamores, ay, “en una nave gris de hipocresía, vas a embarcar tu vida, tu esperanzaÖ”.

UN EDITH PIAF CON PANTALONES.- Recuerdo ahora la última vez que le entrevisté. Quise yo adentrarme en sus cosas, pero fue imposible. Tras cada pregunta capciosa, -repleta de envidia y alevosía-, este Verlaine de buen ron, este Edith Piaf con pantalones, este Baudelaire sin más ciudad que el Santo Domingo a donde lo trajo hace mil años don Joaquín Jiménez Maxwell, evadía la pregunta y golpeaba: “Ö Las cortinas cubrieron para el mundo, aquel dulce desliz de conciencia”. Tal que la entrevista terminó y mi único hallazgo fue la confirmación de mi vieja sospecha: Anthony Ríos era mexicano, hijo de Jaime Sabines, porque como el gran poeta coloquial, el amor fue para él “siempre la prórroga perpetua”. Por eso, como Sabines, siempre se estaba yendo siempre salvando al amor (según él). Sin embargo, cada vez que lo encontró huyó cobarde hacia unas pasiones de paso, sin más futuro que unas caricias de emergencia. Por eso, una boricua -creo que de nombre Yolanda, ahora no recuerdo-, lo golpeó: “Señor del pasado, llegué con los ojos cerrados, puse mi historia en sus manos y se quedó allí parado”.

LA PREGUNTA DE LOS VENCIDOS.- Tal que ahora que nos toca decirle adiós, y marchamos citando frases de amores perdidos, viejos versos olvidados, propios y ajenos, los versos que más duelen, por malditos, son los de él: “¿Por qué me siento tan suyo, por qué este afán de quererla, por qué si nunca la tuve, me importa tanto perderla?” Esclavo de nadie más que del amor, siempre se estaba yendo, siempre “horrorizado de toda conformación”, por eso odiaba los amores civilizados y de conveniencia. Ahora que le ha dado por partir, si lo ven algún día enfrentando un gato negro, inventado una pasión o saludando solícito a la María Magdalena, le entregan mi mayor y grande abrazo, y le dan mis seguridades de que volveremos a encontrarnos, ¡claro que volveremos a encontrarnos! para, entre el vino y canciones preguntar -siempre vencidos- a quien corresponda: “¿Por qué la llave de tu cama no aparece ahora? Ay, si usted supiera, señora”. Gracias, Floirán Antonio, gracias.

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