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Banneker y Bello, la astronomía acongojada

En astronomía, Andrés Bello (Caracas, 1781-Chile, 1865) sería un hijo de Benjamín Banneker, de quien los anales, biógrafos y enciclopedias que fue “un astrónomo, compilador de almanaques, e inventor estadounidense”, además de escritor, nacido en Ellicott City en 1731 y fallecido en Baltimore en 1806, Estados Unidos. Como afroamericano libre, poseyó una granja y, pese a ser autodidacta en astronomía y matemáticas, en 1761 emergió a la luz al construir un reloj de madera que ósegún se afirmaó medía el tiempo con bastante precisión.

El gran promotor, difusor de las ciencias óespecialmente la astronomíaó en Sur América fue este prohombre venezolano Andrés Bello, a quien la Historia también emparenta con aquel negro americano en el afán por la libertad, el anti esclavismo, el anti colonialismo y el trabajo periodístico.

En su histórica carta a Thomas Jefferson de 1791, Banneker expresaba: “Supongo que es una verdad muy bien atestiguada para necesitar una prueba aquí, que somos una raza de seres que hemos trabajado durante mucho tiempo bajo el abuso y la censura del mundo, que durante mucho tiempo hemos sido mirados con desprecio y [texto perdido] que durante mucho tiempo hemos sido considerados más bestias que humanos y apenas capaces de dotes mentales”.

Fue la respuesta de quien vino a ser vocero de los afroamericanos y a unificarlos alrededor de la oferta de los padres fundadores de conceder la libertad a los negros a cambio de su integración a la guerra a favor de la independencia que fundó lo que hoy son los Estados Unidos de América.

Continuaba Banneker: “Ahora, señor, si esto se basa en la verdad, creo que aprovechará cada oportunidad para erradicar ese tren de ideas y opiniones absurdas y falsas que generalmente prevalecen con respecto a nosotros, y que sus Sentimientos son concurrentes con los míos, que son los que El Padre universal nos ha dado un ser a todos” (...) que “no solo nos ha hecho de una sola carne, sino que también nos ha dado sin parcialidad todas las mismas sensaciones, y nos ha dado a todos las mismas facultades, y por muy variable que seamos en la sociedad o en la religión, sin importar nuestra situación o color, todos somos de la misma familia y estamos en la misma relación con él”.

Era pedir garantías de igualdad práctica en trato, derecho y oportunidades para los afroamericanos en el “nuevo orden”; la participación responsable de un intelectual y científico de la Astronomía, igual como ante la guerra de independencia de América del Sur y Venezuela hizo Andrés Bello.

Según Verónica Ramírez Errázuriz, los escritos astronómicos de Bello aparecieron en “1810 en su país natal, hasta 1848, año en que editó en Chile su más importante obra de difusión científica titulada Cosmografía”, texto que, abordó “los últimos descubrimientos astronómicos hasta 1843, dividido en quince capítulos en los que están presentes los diversos componentes del sistema solar, constituyéndose en el primer libro de divulgación íntegramente astronómica en el periodo republicano”.

Resalta el vínculo entre ambos: el compromiso republicano y libertario. La autora destaca que el libro fue un medio que para difundir el ideal del liberalismo republicano en la ciudadanía.

A diferencia del proceso independentista de los Estados Unidos, las fuerzas positivistas de América del Sur, con el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) a la vanguardia, promovían una “civilización” que excluía la “barbarie”, término con el que eufemísticamente referían a los indígenas, población que a ser sustituida en derechos por la importación de europeos, una separación de la visión romántica del “buen salvaje” del positivismo modernista europeo que se coronó con la aventura de Paul Gouguin (1948-1903) en Taití.

Tal visión encontró de frente a Andrés Bello, primero, a quien siguieron el ecuatoriano Juan Montalvo, el cubano José Martí y José Enrique Rodó. Para estos, la herencia étnica del continente, su población indígena y su posterior mestizaje constituían la esencia racial de la identidad y base de la unión de lo que Martí llamó “Nuestra América”, un ideal-realidad entendido en ciernes, referido “en ebullición”, reconocido en desarrollo: que no alcazaba su “momentum” de “elementos unidos”.

Hoy, Venezuela vive un proceso de franco abandono de la memoria histórica propia y continental. En vez de buscar un concierto regional, lo busca extra continentalmente. La fragilidad de su legitimidad, genera un conflicto entre dos bandos en disputa por el poder y el territorio sin que alguien repare en la posibilidad de que se esté alimentando la hoguera ómás que de una guerra civiló de la división territorial de Venezuela. Es a lo que secretamente pudieran estar apostando los imperios. En el pasado y en el presente ellos dejaron solos a sus aliados regionales. Cabe que nos preguntemos: ¿esa temida división sería grata a los líderes de esos bandos internos, cuya bravuconería surge de sus respectivos enrolamientos alrededor de las opuestas huestes imperiales? En este análisis sigo la lógica boschista. Esos imperios adquieren presencia a través de la legitimidad que podrían otorgar los bandos nacionales igualmente divididos. ¿Hay entre ellos algún patriota?

La posibilidad de una guerra civil en Venezuela tiene como contrapeso, por una parte a) unos Estados Unidos y aliados enfrentando en la zona al “madurismo”, China y Rusia, con el riesgo de reactivar las guerrillas desmilitarizadas, balcanizando la región; y b) a Rusia y China, en un enfrentamiento que los excluiría del mercado y comercio con los Estados Unidos y Europa.

De no producirse un acuerdo político allí y una salida negociada óya que el tiempo en que algunos podían gobernar a todos todo el tiempo empezó a acabar en 1789 y se reforzó la noche del 16 al 17 de julio de 1918, en Ekaterimburgo sin que algunos se hayan enterado todavíaó el peligro es que se repita lo ocurrido entre el 1808, con la real orden del 20 de noviembre de 1803 a favor de los pobladores de la Costa de Mosquitos, y el 1930 con el Tratado Esguerra-Bárcenas., unos kilómetros más hacia abajo y dos siglos más tarde.

Entre tanto, Andrés Bello tendría en la mira de un telescopio a la constelación Hidra, la más grande de las 88 modernas y una de las 48 que Ptolomeo registró. ¿O continuaría tras la ruta de su cometa Halley, como publicaba en “El Araucano”, entre 1835 y 1836?

En ese gaseoso infinito informe de los espacios siderales, ¿el pueblo dónde está, para estos “nacionalistas” de la guerra? Ante estos imperios postmodernos urgidos de mercados para sus industrias armamentistas, Andrés Bello y Benjamín Banneker ¿acaso llorarían?

Para preservar a Venezuela Maduro y Guaidó deben sentarse.

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