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PASADO Y PRESENTE

El efímero gobierno de los trinitarios

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Juan Daniel BalcácerSanto Domingo

Se sabe que el pronunciamiento del 27 de febrero de 1844, del cual nació la República Dominicana, fue posible gracias a la acción conjunta de los liberales duartianos y los conservadores. Sin embargo, poca gente repara en el hecho de que, durante poco más de un mes, los trinitarios llegaron a ejercer completo control del gobierno, esto es, de la Junta Central Gubernativa. Cuando un sector de vanguardia se ve precisado a poner en vigor medidas radicales en medio de coyunturas políticas sobremanera efervescentes, quienes asuman el control del aparato represivo del Estado deberán actuar con rapidez y contundencia a fin de eliminar cualquier contraofensiva de sus adversarios que pueda dar al traste con determinado proyecto revolucionario. Una vez destituidos los conservadores de la Junta Central Gubernativa, se imponía proceder de manera drástica: primero, ordenar su apresamiento y, segundo, deportarlos del país sin contemplaciones. Incluso, hubo quien -según una versión de Pedro Troncoso Sánchez- era de opinión de que “a los traidores había que aplicarles el condigno castigo”; pero los trinitarios no eran tan radicales, de manera que tan pronto fue emitida la orden de arresto, Francisco del Rosario Sánchez, acaso temiendo que en un exceso del uso de la fuerza alguien hubiese resultado lesionado físicamente, alertó a sus antiguos compañeros de gobierno para que tomaran medidas de precaución.

La cuestión militar. En ese sentido, José Gabriel García consignó que “sea que los términos inconvenientes en que el comandante de las armas le habló a la tropa, causaran mala impresión al general Sánchez, que no había deseado ir tan lejos, según cuenta la tradición, o que con la tardanza en ejecutar lo resuelto diera tiempo a queÖ los comprometidos [se enteraran del] peligro que corrían, es lo cierto que cuando el capitán Rafael Rodríguez salió a la cabeza de una escolta de soldados en busca de ellos, ya Tomás Bobadilla y el doctor Caminero se habían ocultado, y estaban asilados en el consulado francés.” Asimismo, buscaron y obtuvieron asilo en la casa de Saint Denys otros ciudadanos “acusados de complicidad en las maquinaciones que se tramaban contra la soberanía nacional”, como Buenaventura Báez, Manuel Joaquín del Monte y su hermano Joaquín. Desperdiciada la valiosa oportunidad, de asestar un golpe fulminante a la élite del grupo conservador, quedaba pendiente resolver otro asunto no menos importante: la cuestión de la hegemonía militar del joven Estado. La nueva Junta había designado a Duarte en la posición de Comandante de la plaza militar de Santo Domingo, que era la principal guarnición militar del país, oportunidad que el patricio aprovechó para reunirse con José Joaquín Puello, y con otros militares adeptos a la causa liberal, con el fin de tomar una decisión respecto del caso del general Pedro Santana, brazo militar del sector conservador-afrancesado y cuya destitución como jefe del ejército expedicionario del sur era impostergable.

El jefe supremo. Pero, en esas circunstancias, ya Santana ejercía una poderosa influencia tanto en el Este como en el seno del ejército, hasta el punto de que los soldados bajo su mando lo consideraban un caudillo insustituible y de características poco menos que mesiánicas. A pesar de que con anterioridad al “coup d¥Etat” del 9 de junio, el rudo hatero seibano -alegando motivos de salud- había solicitado a la Junta que lo relevara de su posición al frente del Ejército del Sur, tal eventualidad nunca se produjo en virtud de que, como ha escrito Frank Moya Pons, “el ejército era, en rigor, un ejército personal compuesto por peones de los hatos de sus amigos, compadres y familiares y, ciertamente, él no estaba dispuesto a dejarse despojar del mando para entregarlo a Duarte y a los trinitarios, ni tampoco estaban los soldados de Santana en ánimo de quedarse sin su jefe, a quien los ligaban lazos personales mucho más fuertes que el nuevo mando militar que se les trataba de imponer”. El audaz golpe de Estado propiciado por los trinitarios, que según la apreciación de Saint Denys “en apariencia estaba dirigido contra Francia”, fue un hecho político que por falta de información oportuna no contó con el respaldo de la mayoría de la población. Los trinitarios asumieron el control del poder político, pero el poder económico y, sobre todo, el poder militar continuaron en manos de los conservadores o afrancesados. “En las circunstancias en que nació la República -sostuvo Vetilio Alfau Durán-, tener el mando del ejército, era tener la dirección de los asuntos políticos, era tener la dirección del país”. Los duartianos controlaron la Junta Central Gubernativa desde el 9 de junio hasta el 12 de julio de 1844. En efecto, fue efímero el gobierno de los trinitarios...

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