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OTEANDO

Baila Nico baila

Cuando tenía quince años, en “La fenomenología del espíritu” de Hegel, encontré un pasaje trascendente titulado “La dialéctica del amo y el esclavo” en el que este autor intenta situar, en un hecho particular, el comienzo de la historia. Atribuye el comienzo de la historia a la lucha inicial entre dos seres deseantes de reconocimiento, cada uno espera del otro el reconocimiento de su superioridad. Grafica esta lucha con la muestra relacional “del amo y el esclavo” y explica a partir de ello el desempeño de una dialéctica entre afirmación y negación, que va de uno a otro sujeto, hasta llegar a la negación de la negación venida del esclavo en función de su relación con la materia y sus competencias para transformarla en cultura.

Quizás -o sin quizás- muchos encuentren en “La dialéctica del amo y el esclavo” la más genuina explicación de la ambiciosa conducta que acusan algunos políticos en relación con el poder y su pretensión ilegítima de permanecer en él, pero yo prefiero asirme al criterio cartesiano de “sustancia pensante”, prefiero reclamar racionalidad al comportamiento humano, capacidad y sentido común para advertir cuándo la ambición daña, escupe y desprecia la dignidad colectiva, y cuándo se debe parar.

Pero a veces uno se siente solo en ese reclamo, no se explica hasta dónde llegan en un ser humano las ansias de connotación, de qué manera deciden muchos aferrarse al poder contra viento y marea sin importarle cuántos padecen por su vana pretensión de eternidad, por su obstinada ambición de reconocimiento público.

El caso de Nicolás Maduro es el mejor ejemplo de ello; siendo presidente de un país donde la mayoría reclama a gritos su salida del poder, teniendo la comunidad internacional en contra, viendo que ésta, también a gritos, le enrostra su ilegitimidad y clama porque permita la transición hacia una verdadera democracia, decide esperar el gran “final final”, ese mismo “final final” que le llegó a Muamar Gadafi, Trujillo y otros que han terminado igual por su desmedida ambición.

La explicación acaso se encuentre en su condición de hombre marxista. Y aquí surge entonces con fuerza la teoría de George Steiner (Cfr. “Nostalgia del absoluto”) de que el marxismo constituye un credo sustituto. Profesar un credo implica explicarlo todo a partir de él. Por eso, todo lo que contravenga a Maduro es explicado por él y sus adláteres como contrarrevolucionario; a partir de sus propios prejuicios políticos construyen la populista explicación de aquella “pecaminosa” contravención y le asignan calificativo de ignominia.

Maduro se convierte así en demiurgo, principio y fin, “ley y batuta”, baila, canta y se tongonea. Y aquí pido a mis lectores me permitan una digresión (y también una confesión), quizá de esa bipolar conducta que observa el señor Maduro -unas veces hombre de Estado y otras de bailarín de circo- prefiero, y perdónenme por ello, la del bailarín, porque, ¿quién sabe si esta actitud es la que verdaderamente conecta con su sentido de lo dionisíaco? De haberse quedado solamente en ese polo Venezuela fuera hoy otra cosa, fuera el país próspero y feliz que todos deseamos; y nuestro “prócer” fuera por ahí, de tarima en tarima, bailando el estribillo de “vamos Nico”, haciéndole franca competencia a Daddy Yankee, Maluma, Fonsi y acaso no hubiese sido Érika Ender la autora de “Despacito”, sino él. En fin, el señor Maduro fuera un hombre realizado, siervo de su verdadera vocación, porque para el Estado es claro que no la tiene.

Pero, ¡caramba! ¿Por qué no pensar siquiera un instante en la finitud? Siempre recuerdo “La muerte de Iván Ilich” de León Tolstói, una novela que deberían leer todos los políticos y hacer consciencia de ese evento final que se llama muerte, aspirando a una trascendencia, a una metafísica que se haga visible en la imitación o continuación de las mejores cosas que sean capaces de hacer ahora, aun con todas las imperfecciones propias de los seres humanos. Señor Nicolás Maduro, lea “La muerte de Iván Ilich” y recuerde que, un día, ya no será más.

El autor es abogado y politólogo.

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