Neurociencia para la innovación

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Margarita CedeñoSanto Domingo

A propósito de que este 2019 ha sido declarado “Año de la Innovación y la Competitividad”, es pertinente hablar sobre el rol de la neurociencia para potenciar la capacidad innovadora de los seres humanos, ya que, al final de cuentas, innovar es idear y crear, que es lo mismo que poner el cerebro en acción al servicio de la humanidad.

Para que la innovación sea parte de la cultura dominicana, es esencial sistematizar el proceso de creatividad y educar a la población sobre cuáles son los pasos necesarios para producir innovación, tanto a nivel individual como colectivo.

Si aspiramos a lograr resultados diferentes en el contexto de la sociedad y de las organizaciones, resulta necesario comprender el proceso de la innovación y aplicarlo a los modelos organizativos y al sistema educativo.

No se puede confundir la creatividad con la innovación, la primera es la acción de generar nuevas ideas, la segunda es la aplicación de dichas ideas en un espacio, organización o conglomerado. Como ha dicho William Coyne, la creatividad es el concepto y la innovación es el proceso.

Es por ello que la innovación se sustenta en procesos cognitivos efectivos, que demandan de nuestro cerebro una cierta capacidad de adaptabilidad y evolución que ha llevado a la neurociencia a investigar cómo podemos potenciar la capacidad cerebral en los seres humanos.

Las neurociencias pueden generar en las organizaciones mejoras de la gestión y los recursos, que promuevan y faciliten la innovación y el cambio. Destacados especialistas como Schwartz destacan que hay que profundizar en los mecanismos neuronales que subyacen a la toma de conciencia de la innovación y favorecer el desarrollo de nuevos y complejos circuitos neuronales necesarios para superar la resistencia al cambio y a la mejora.

El cerebro tiene la capacidad de evolucionar y desarrollar nuevas conexiones neuronales, lo que los expertos han llamado la Neuroplasticidad, pero puesto ante la necesidad de sobrevivir o evolucionar, elegirá en automático la primera, es decir, la supervivencia.

Como la innovación por defi nición es evolución, tenemos que trabajar desde la neurociencia, para que nuestros educadores aprendan y enseñen a innovar, de forma que las futuras generaciones cultiven el arte del aprendizaje continuo.

Como dice Facundo Manes, el saber es la mayor riqueza de un país, y para aprovecharlo tenemos que impulsar en los ciudadanos la capacidad de innovar y presentar soluciones pertinentes y viables a las problemáticas que enfrentamos.

Nadie cosecha si no siembra en tierra fértil. Por eso tenemos que trabajar en nuestro cerebro para lograr resultados en los aprendizajes.

De lo contrario, estaremos abonando semillas estériles y gastando los recursos en vez de invertirlos.

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