Opinión

EL DEDO EN EL GATILLO

Un guajiro cubano

Hugo Orizondo fue un hombre libre. Un guajiro cubano que sembró, tanto en su patria como en tierra dominicana, su amor por los demás y su alta sensibilidad humana.

Llegué tarde a su vida, cuando ya era Hugo Orizondo por tercera vez, porque una vez fuera de Cuba, su segunda vida transcurrió en Colombia y la tercera en Santo Domingo.

Pero lo conocí lo suficiente como para respirar a su lado un aire de esplendor y sencillez que necesitan los humanos para servir a los demás y agenciarse el porvenir por sus propias manos. Me lo presentó mi gran amigo Abelardo Llerandi. Don Hugo quería escribir sus memorias y fue a verme para que lo ayudara. Según me dijo, él no era escritor, sino un hombre de campo.

Por supuesto, no le escribí el libro que a fin de cuentas se tituló Memorias de un guajiro cubano y lo publicó por la Editora Cañabrava. El propio Orizondo me lo fue dictando en intensas jornadas de trabajo en su negocio de La Rinconada. Seis meses después, concluyó de sacar de su alma toda la historia.

Después revisé todo el material transcrito y se lo devolví listo y servido. Su hijo, nombrado igual que él, lo terminó de reescribir, editar y corregir.

Cuando salió de Cuba con su esposa y sus tres hijos, Orizondo solo llevaba 40 pesos en el bolsillo, porque hasta su cuenta bancaria le fue confiscada. Antes de partir, un campesino pobre se le acercó y le pidió dinero para comprarle medicinas a su hijo enfermo. De esa cantidad, don Hugo le entregó 20 pesos.

Al ser cuestionado por los suyos, les dijo que ayudar a los pobres era su deber y que Dios le proveería de más dinero en breve. Y así ocurrió. Por eso, en cierta ocasión expresó que solo de algo no tendría que arrepentirse en su vida: en haber ayudado más a los necesitados.

Esa fue la filosofía de este cubano ejemplar que vivió 92 años y que sembró entre nosotros su prestigio y mecenazgo. Y me honró con su amistad y la de su familia.