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Platón y la belleza del poder

Sócrates. Hipias, [eres] lo que se llama ser un sabio y un hombre entendido. Además del mucho dinero que has sacado con las lecciones particulares que los jóvenes han recibido de ti, y de las notables ventajas que éstos han obtenido, tú has hecho un servicio público á tu patria, como conviene a un hombre digno de la consideración y estimación pública.

Lo bello, es uno de esos sentimientos difíciles de definir. Una dimensión en cambio en torno a la cual la humanidad ha hurgado perennemente, sin arribar al territorio de las satisfacciones plenas, al consenso universal sobre su esencia y significado, pese a tenerla en gran estima, en el lugar cimero del que penden las troncales preferencias y a fin a la cual se desea estructurar y formalizar los entornos de las experiencias colectivas e individuales.

Delimitar su esencia ha sido inquietud persistente. Platón lo atestigua. Y precede a todos en su abordaje metódico. Entró a su discernimiento ya que según confiesa: “un hombre me preguntó muy bruscamente: ¿quién te enseñó, Sócrates, lo que es bello y lo que es feo? ¿Podrás decirme qué es lo bello?”.

Ingresamos a su libro “El primer Hipías o de lo bello” (Platón, Obras completas. Tomo 2, Medina y Navarro editores, Madrid 1871, págs. 93-147, comentado por Azcárate (págs. 95-99), págs. 101-147), mi lectura navideña. Aquí el filósofo griego recurre a su mayéutica para, en este diálogo con Hipías, recorrer esta noción-emoción, intentando aportar una idea sobre él, su concepto.

Significaba superar la aproximación singularista y utilitaria heredada y propia de los sofistas, una cuyos ribetes de vulgaridad quedaron consagrados en la máxima de que “el oro hace bellos todos los objetos a que se aplica” y que todavía hoy prevalece. Platón estaba abocado a construir un empaquetado conceptual que incluyera a la cosa u objeto “bello” como a la belleza, por sí misma, desde otras perspectivas.

Es ampliamente sabido que para los sofistas no había belleza sin conveniencia ni utilidad. Ni al margen de los objetos. Igual que con el conocimiento y la virtud. Las afirmaciones platónicas tenían un signo distintivo: anclaban sus ideas y preceptos al territorio de lo ético. Por eso, para él, lo conveniente estaba impregnado y precedido por el sentido de lo justo y carecía de otro fin que la justicia: dar un servicio y obtener un enriquecimiento lícito, como lo admiró en Hipías, su interlocutor. De aquí que el alumno de Sócrates nos diga que “en las ciudades bien gobernadas la virtud tiene grande estimación”.

El primer acuerdo entre los dialogantes es que “Todo lo que es belloÖ lo es igualmente mediante lo bello”, es decir por medio de “una cosa en sí”, objetiva y universal. De modo que cuando Hipías apela a lo bello como cualidad de un objeto, persona o animal no salta de una particularidad escalable y el tono socrático (Platón) deviene acre, lo que justifica personalizando la conducta del científico: “Así es, Hipías, pero no hay que esperar de este hombre [sabio, i.n.] cultura; es un grosero que no se cura más que de buscar la verdad”. La definición de lo bello debía aplicar para cualquiera de las escalas técnicas, naturales y religiosas. El objetivo es aprehender “lo bello en sí mismo”, lo “que adorna y hace bellas todas las demás cosas desde el momento que en ellas se muestra”. Así Hipías llega a percatarse de que la idea de belleza que se busca “ha de ser tal, que jamás pueda parecer fea en ninguna parte, ni a ninguna persona”. Exactamente igual que con la idea de justicia. Y en palabras de Sócrates: “eso que hace bellas todas las cosas donde se encuentra, una piedra, madera, un hombre, Dios, una acción, una ciencia cualquiera”, “para todo el mundo y para siempre”. El sabio desea ser más enfático en su objeto: “nosotros buscamos lo que hace que las cosas bellas sean verdaderamente bellas, en la misma forma que decimos que todo lo que es grande es grande por la magnitud, porque por la magnitud las cosas son grandes”.

Es aquí donde Sócrates indaga el primer término de lo bello propio de la cultura griega: la utilidad, una que garantiza la función de los objetos y seres, base de su accionar. Así no creyó posible que la belleza pudiese anidar en ojos incapaces de ver. Por vía contraria, sondeó lo feo como propiedad de lo carente de utilidad. Así tenemos la primera máxima sofista: “lo bello es lo útil” y en términos postmodernos, funcional. Aunque sólo “con relación a lo que es capaz de hacer” desde donde se arriba al súmmum de esta visión: “El poder por lo tanto es una cosa bella” ya que es la máxima utilidad. Sin embargo, el filósofo advierte: “lo útil y el poder no son lo mismo que lo bello”. Hecha esta restricción e incorporada se llega al precepto: “es que el poder y lo útil con un fin bueno son lo mismo que lo bello”. Aunque belleza no sea igual a lo útil ni a lo bueno.

Diferenciando causa de efecto y atributos de lo bello, Platón arguye que “Luego si lo bello es causa de lo bueno, lo bueno es efecto de lo bello; y si nuestros deseos se dirigen con tanto ardor hacia la sabiduría y hacia las demás cosas bellas, es aparentemente, porque ellas producen lo bueno, último objeto de nuestros deseos; de manera que conforme a nuestro razonamiento, resulta que lo bello es como el padre de lo bueno”.

Saltando a la belleza que resulta de la percepción y desencadena el “placer” para sentidos específicos (ojos, oídos), el autor dice, sobre lo bello visual o sonoro: “Es preciso que ambos tengan alguna cosa de común que los haga bellos, que les pertenezca a ambos en común y a cada uno en particular”. Así termina afirmando que la belleza genera un placer con el que se goza. Idea que incorpora Santo Tomás de Aquino a su estética. Sin embargo, en la cultura griega quedan como determinantes de la belleza lo que regresa al dualismo del “Kalos kagathos”: unión de lo bello y lo bueno, como prototipo de virtud, específicamente militar. Así, aplicada a la belleza, la Kalokatathia implicaría una cualidad establecida en todo aquello capaz de producir placer siendo conveniente (composición, estructura y expresión), bueno (ética) y útil (funcionalidad).

Son las razones por las que, hasta este punto, Platón concluyó: “las cosas bellas son difíciles”.

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