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“Sin quinta pata” de Eligio Jáquez

Un libro de memorias es siempre un ajuste de cuentas con ese proceso vital de la conducta, las responsabilidades, lo inesperado, lo sorprendente que resultan las disímiles facetas del destino. Parecería que nos decidimos a escribir cuando sentimos agotado el tiempo otorgado, cuando nos aproximamos al final del camino recorrido. Pero deberíamos escribir las memorias de cada día, hace constar los sucesos y las experiencias acumuladas. Uno está obligado consigo mismo a dar el seguimiento a la práctica social, al entorno colectivo y a ese proceso de maduración emocional que todo ser humano conforma y estatuye en su ciclo material de existencia. Nacemos y morimos cada día y solamente a través de proyectos, compromisos y realizaciones, conformamos una imagen de nosotros al nivel de las demandas sociales y del sentido de la productividad semoviente del entorno. En realidad somos privilegiadas criaturas del infinito amor que Dios prodiga. Navegamos en un globo terráqueo que no cesa de dar vueltas infinitas alrededor de la estrella solar. Lo menos que se puede esperar de cada uno de nosotros es el testimonio, la capacidad de legar usanzas y costumbres, ese reino exuberante de la palabra y las imágenes, la nutrición espiritual del alma, que tiene que reinventarse para no enmohecer tempranamente. Somos energías que fluyen y adquieren facultades a través del conocimiento y la cultura. Las memorias son constancias de haber vivido. La sucesión interminable de los milenios no nos disuelve, somos siempre los otros, el desarrollo evolutivo, la articulación de sonidos y máscaras, virtudes y miserias, capacidad de amar, como dijo el novelista cubano Alejo Carpentier, de amar en medio de las plagas y los tormentos. No nos arredra la muerte, esa suspensión mandatoria de lo vivido, si la transcripción de la memoria, resalta la continuídad, el espacio de colores donde sobrevuelan, nuevos cometas y amores, si somos la sangre de los que nos precedieron, si somos ese depósito laberíntico y perenne que el sociólogo Carl Jung llamó “el inconsciente colectivo”. Todo lo que decimos en las memorias es itinerario humano de pasiones y utopías que ennoblecen y festejan el gozo de vivir simultánea, indefinidamente en los descendientes, en la marca telúrica de los sucedáneos que habitan los bosques y los profundos mares.

Eligio Jáquez, ingeniero agrónomo, político comprometido con los cambios sociales, acaba de escribir esta obra, que él llama: “Sin quinta pata”, quiere decir sin buscarle la quinta pata al gato, o sea sin buscarle otra explicación a la vida que la descripción misma de ella, sin procurar atenuantes a los sucesos, sin enmascarar los hechos, presentándolos como sucedieron, como se manifestaron. Se trata de lenguaje directo, fluído, con niveles transparentes de entendimiento, sin socavar el momento que al narrar, reproduce con sus propias emociones. En la política se necesitan versiones, ideas que restituyan el horizonte de generaciones que les dieron atributos y valores a la lucha por el poder. Eligio es una sumatoria en esta obra, de toda aquella labor y ejercicio ético con la cual se abordó la política como servicio y se dispuso la implementación de proyectos y acciones que revitalizaron el campo dominicano.

Eligio es un campesino y se muestra orgulloso de serlo. Viene de las entrañas mismas del trabajo rudo, de las precariedades, de esa desolación que asoma en las limitaciones económicas, pero que se vence cuando la voluntad y las aspiraciones de servir al pueblo, a la sociedad, se colocan en primer plano como acicates de progreso y bienestar. Quiero confesar que me quedé gratamente impresionado al leer este libro. Eligio relata al inicio la obra, la importancia y operatividad de los invernaderos, la impresionante capacidad productiva de los vegetales, la creación de nuevos mercados para la producción, los estudios de suelo, la necesidad del desarrollo rural, los planes y proyectos puestos en marcha, los conocimientos adquiridos en la escuela de agronomía del Instituto Politécnico Loyola en San Cristóbal, las relaciones con uno de los hombres más valiosos en las iniciativas y proyectos agrícolas, don Luis Crouch Bogaert. Cómo se forjaron las asociaciones e instituciones que impulsaron el desarrollo nacional, cómo se lanzó toda una política floreciente hacia el campo bajo los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano.

El autor de estas memorias relata interioridades políticas, zancadillas, intrigas que cohabitan en el interior de los poderes establecidos, en las organizaciones políticas. Nos habla de sus peripecias como Director del Instituto Agrario Dominicano, los intereses enfrentados, los amplios beneficios de la política de los gobiernos del Partido Revolucionario Dominicano, al campesinado, con datos y cifras importantes. Hay en este libro varias revelaciones trascendentes, de hasta dónde llegaron las divergencias de grupos y tendencias, y de cómo afectaron a los gobiernos del PRD.

Jáquez habla del liderazgo de José Francisco Peña Gómez, con pasión y conciencia política. Sabedor de que ese liderazgo llamado a plasmar los ideales democráticos y revolucionarios de nuestro pueblo, como continuídad histórica, fue tronchado por una conspiración de grupos oligárquicos y atrasados de la sociedad. Resalta la figura de Peña Gómez, su honradez, su verticalidad, sus principios, su humildad, su vocación patriótica y el sentido revolucionario de sus planteamientos. En este libro hay múltiples alusiones y anécdotas referidas a ese mundo paralelo que la opinión pública no conoce, que se dirime en las interioridades, en las sombras del quehacer político. Todos debemos leerlo por sus grandes enseñanzas. Son memorias ardientes, claras y dichas sin tapujos. Eligio y yo venimos de las mismas filas democráticas y de las mismas trincheras desde hace muchos años, cuando éramos muy jóvenes en el PRD. Le agradezco que me haya seleccionado para presentar su libro, que es como asomarnos un poco a lo más profundo de su alma y de su corazón.

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