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EL DEDO EN EL GATILLO

El Listín Diario de 1992

Todas las tardes, al finalizar mis labores en la Editorial Argumentos, Cuqui Córdoba me incluía en sus recorridos por la ciudad en busca de patrocinadores para sus programas de radio y televisión.

El doctor Collado y el empresario Julio Brache, entre otros, me estrecharon la mano en aquellas andanzas que don Cuqui aprovechaba, además, para ofertar (sin yo advertirlo) mis servicios profesionales en las empresas que ellos dirigían. Mi amigo sabía que mis finanzas no eran muy solventes y, desde su posición, hacía todo lo posible por colaborar conmigo y, por supuesto, con mi familia cubana.

En uno de esos viajes me llevó a la sede del Listín Diario. Corría diciembre de 1992 y don Moisés, el primer Pellerano que conocí en mi vida, nos recibió con los brazos abiertos.

Recuerdo que su oficina estaba en la primera planta, justo donde hoy se encuentra la del subdirector.

Al conocer de mi nacionalidad y mi profesión se mostró interesado en mi persona y en mi suerte.

Hablamos cerca de una hora. Don Cuqui fue testigo de aquel encuentro que cada vez se tomaba más fraternal. En un instante, don Moisés hizo una pausa, miró a Cuqui y casi de inmediato me lanzó una propuesta.

-¿Por qué no te quedas trabajando aquí en el Listín? Estarás con Tulio Navarrete, otro cubano como tú, y también con Carmenchu Brusiloff. Aquí hay muy buen ambiente y te gustará ser parte de la familia del Listín. Rafael Herrera se sentirá bien contigo. Él es el director.

No esperaba semejante propuesta. Mi respuesta no fue inmediata. No sabía qué decir. Por aquel tiempo mi cabello no lucía ni una sola cana y mi bigote, tupido, me llegaba hasta la comisura de los labios. Don Cuqui comenzó a sonreír porque, sin haberlo insinuado, y sin ningún tipo de aviso previo sobre mi visita, don Moisés podría cumplir una parte de sus deseos.

Y aunque me dolió en el alma negarme a su oferta, sí le agradecí infinitamente a aquel hombre bueno de lentes gruesos y mirada generosa, la confianza que había depositado en mí, aún sin conocerme.

-No estoy en condiciones de cumplir un riguroso horario laboral todavía. Me estoy introduciendo poco a poco en el país –traté de que esa mentira fuera revestida de sinceridad.

-Yo te entiendo, no tienes que explicarme nada más. Pero si algún día quieres trabajar en el Listín, ven a verme. Aquí hay espacio para ti. Antes de despedirme, me llevó por las instalaciones de la redacción. En esa época los pequeños cubículos, cerrados a manera de oficina, indicaban los espacios que ocupaban los jefes de redacción y los editores. Al centro, enormes mesas de trabaja sobre las cuales se empotraban las primeras computadoras que llegaron al país eran los espacios de los redactores de la Redacción Central.

En el año 2000, después de clausurado el vespertino La Nación, regresé al Listín Diario, en esa ocasión, como sub-editor del suplemento “El Domingo”. El recuerdo de don Moisés estaba latente en mi memoria. Tal vez por eso trabé inmediata amistad con su hija Sara, quien desempeñaba sus funciones en la empresa como una Pellerano de gran estirpe. Ella siempre me ha distinguido con su saludo y amistad.