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MIRANDO POR EL RETROVISOR

¿Qué te jugarías por tu familia?

Regularmente no abro todo lo que me llega por el sistema de mensajería “Whatsapp” porque un elevado porcentaje de los contenidos compartidos se enfocan en temas políticos, pornografía, violencia, el béisbol dominicano que la mayoría toma con tanto fanatismo, chistes con una elevada dosis de discriminación y mensajes de cualquier otra índole que no aportan nada positivo.

De hecho, tengo el inconveniente de que amigos se molestan porque con bastante frecuencia los dejo en “visto”, algo que no hago adrede, sino porque luego de ver el mensaje me entra una llamada, alguien me habló o simplemente responder ese mensaje me tomaría bastante tiempo en un momento que podría estar sumamente ocupado.

En adición a esas razones, pienso que pasar largas horas conectado a redes sociales me impediría dedicar ese valioso tiempo a otras cosas que aportarían más a mi crecimiento personal, en todos los ámbitos.

Es la razón por la que también me enrostran con frecuencia que dilato mucho para revisar mensajes en algunos grupos de Whatsapp a los que pertenezco por necesidad, tomando en cuenta que las redes sociales son valiosas herramientas de trabajo para cualquier comunicador y una realidad inevitable en un mundo cada día más interconectado.

Sin embargo, a veces recibes esos mensajes que te impactan por su contenido aleccionador y porque te invitan a encarar la vida de una manera diferente. Me ocurrió el pasado martes precisamente en el grupo de Whatsapp de la familia, con un anuncio de Navidad de la tienda IKEA que compartió mi sobrina Mariela.

“Bienvenidos a familiarizados”, ¿Te jugarías la cena de Navidad con tu familia? Así comienza un ejercicio en el que el moderador advierte a integrantes de diversas familias que si aciertan en las preguntas se quedan en la cena, pero si se equivocan deben abandonar la mesa. Allí estaban reunidos sin sus móviles a la mano, abuelos, esposos, hijos y nietos.

A las preguntas a dos jóvenes sobre recursos que manejan a diario en las redes sociales, como por ejemplo cuáles filtros se pueden encontrar para historias en Instagram y lo último que ha integrado esa red social, las respuestas fueron sin titubear. Esos mismos adolescentes se quedaron sin respuestas cuando el conductor les preguntó “Cómo se conocieron tus padres? ¿Cuál es el puesto exacto de trabajo de tu padre? ¿Qué carrera estudió tu abuela? ¿Cuál es el grupo favorito de tu hijo? ¿Qué sueño le queda por cumplir a tu mujer? ¿Qué estudia tu madre últimamente? ¿Dónde se casaron tus abuelos?

Obvio que uno a uno, sin importar las edades, los integrantes de las diversas familias se fueron parando de la mesa.

Cuando terminé de ver el vídeo recordé cómo se conocieron mis padres. Me lo contó mamá en uno de esos días en que compartíamos un café en la cocina de la casa. Resulta que mamá se había peleado con su primer esposo, el padre de mi hermana mayor. En un intento por reconciliarse con ella le envió de regalo un radio con mi papá, quien desde ese mismo instante quedó impresionado con mi madre, a quien siguió visitando.

¿El resultado? Levantaron una familia de ocho hijos –cuatro hembras y cuatro varones- y por esa razón está usted amigo lector leyendo estas líneas.

Son los detalles que hemos ido perdiendo como familias debido al uso intensivo y abusivo de las redes sociales y otros recursos de internet, tan necesarios, pero que jamás deben suplantar esos momentos inolvidables que compartimos con nuestros seres queridos y amigos.

En aquel tiempo, ensimismado en el celular, seguro que no habría tenido tiempo para tomar ese café con mi madre. Y si me hubiera tocado participar en ese ejercicio familiar, también hubiese sino uno de los que abandonaron la mesa.

Vamos tan rápido que las vidas de nuestros seres queridos nos pasan por delante desapercibidas, sin tiempo para compartir espacios que nos pondrían aptos para jugarnos una cena y hasta mucho más por nuestras familias.