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ENFOQUE

Gobernabilidad: no apostemos al caos

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Rafael Guillermo Guzmán FermínSanto Domingo

Analizando la reciente literatura politológica nacional observamos que en los últimos años se ha escrito y discutido extensamente en torno al desarrollo, características y fisonomía de las crisis que ha tenido el Estado. Sin embargo, se hace necesario especificar que una cosa son los enfoques que nos permitan describir los factores, condiciones y actores que inciden en la gobernanza para que asuman las transformaciones que se entiendan necesarias para superar algunas crisis, y otra muy distinta es que grupos con características sediciosas se aprovechen de estas situaciones de desgaste natural y algunas “tormentas” para apostar al caos con fines de desestabilizar la gobernabilidad como forma de hacer oposición política.

Estos supuestos líderes pseudosindicales que se abrogan el derecho de violar las leyes constitucionales y sembrar el terror en la población como medio de hacer exitosa sus protestas, amparados por reclamos legítimos de la sociedad, están conscientes de la evolución histórica latinoamericana del siglo XX, región que ha atravesado conflictos que nunca deberíamos olvidar, pero sí aprender de ellos, con el objeto de que no se repitan en el futuro.

Les recuerdo a esos grupos “antiEstado”, que América Latina ha vivido una sucesión de gobiernos militares y civiles, dictaduras de izquierda y derecha, interrupciones y transiciones diversas, surgimientos y caídas de modelos económicos, guerrillas homicidas y paz negociadas, en fin, todo un catálogo de opciones en la búsqueda de su desarrollo.

Pero esos personajes oscuros que se colocan máscaras de demócrata y ocultan su verdadero rostro son en esencia caudillos y déspotas dentro de sus organizaciones, que aplican el autoritarismo con un falso barniz democrático, pues en sus cabezas arcaicas solo habitan los vapores febriles de la ideología subversiva del caos y la anarquía de los años 70.

Indudablemente nuestra nación ha experimentado el menú de los diversos procesos políticos, sociales, económicos y culturales, donde no podemos minimizar el papel relevante que ha jugado el Estado con sus altas y sus bajas, aciertos y desaciertos, especialmente los últimos 25 años, en que se han gestado las condiciones para la integración internacional tan necesaria para haber enfrentado los desafíos de la globalización, la creación de un modelo económico, que aunque luce agotado, indiscutiblemente ha sido el que ha proporcionado el más largo período de crecimiento y estabilidad macroeconómica de todos los tiempos.

De manera que esos grupos de insensatos asumen las esporádicas crisis de Estado, no como una oportunidad para aportar soluciones creativas o liderar la confección de una oposición constructiva e innovadora, sino que aprovechan el agotamiento estatal para crear una crisis de gobernabilidad, especialmente, cuando el gobierno comienza a recibir un aumento notable y a veces desproporcionado de demandas y “reivindicaciones” sociales, agravadas por la evidente escases de recursos económicos e ineficiencia institucional para dar respuestas eficaces, producto del desbordamiento desmesurado del gasto y un peligroso engrosamiento de la deuda externa, aderezada por insensatos aprestos de modificación de la Constitución de la República con el solo objetivo del continuismo más allá de la ley y lo razonable -factor que aumenta el riesgo de ingobernabilidad-, sumado al notorio declive en los partidos políticos y escases de un relevo generacional calificado.

Es en este contexto, que el liderazgo nacional de todos los sectores -políticos, empresarios, iglesias, sociedad civil, entre otros- deben de asumir sus responsabilidades como guías de la nación en su conjunto para realizar un análisis situacional, a los fines de buscar formas de consenso en procura de fortalecer la gobernabilidad y el clima de paz indispensables para el desarrollo nacional, como manera de prevenir los efectos negativos de esos grupos que apuestan al caos.

EL AUTOR ES MIEMBRO DEL CÍRCULO DELTA.

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