EN PLURAL
El honorable
Era un Honorable, en el etimológico y paradigmático sentido del vocablo.
En su historia de vida, fecunda y limpia, cumplió paso a paso, su ruta en ese a veces pedregoso sendero. La moral social como la que sustentó el maestro Hostos, escasa, casi moribunda en el actual orden mundial, fue su brújula.
Cumplió con esas demandas de la Ética, en espacios diferentes: en la política que ejerció con pasión, siendo a la vez empresario próspero con logros alcanzados, poniendo por delante valores y no precios.
Junto a su condición de político y empresario ejerció el magisterio con el mismo acierto y con la misma devoción; asimismo formó y guió una familia reconocida en el país, incluso en el exterior, como ejemplo de ciudadanos probos.
Conocí al honorable en el quinquenio 1965-1970, época difícil pero heroica que se inició con la Revolución de Abril que incubó el Movimiento Renovador de la UASD.
El gobierno del Dr. Balaguer retuvo el presupuesto de la Alta Casa de Estudios con el propósito de que el Movimiento fracasara. Durante varios meses los profesores no recibieron sus salarios, la calidad de los servicios decayó.
Los catedráticos, muchos luchadores constitucionalistas, de convicciones revolucionarias, se frustraban. Si la UASD se cerraba, los ideales de democratizar la educación superior fracasarían. Había que reaccionar, reclamar, luchar: y se actuó.
Las marchas, caravanas, mítines, se sucedieron. Se habían creado comités de “lucha por el Medio Millón para la UASD” en cada facultad. Fui miembra de la de Humanidades, a la que ingresé porque el Movimiento Renovador me abrió las puertas. El Honorable al que dedico este En Plural, era en ese tiempo Vicerrector Administrativo de nuestra Alta Casa de Estudios, el primero en la nueva etapa de la universidad. Participaba en las marchas, erguido, rodeado de sus alumnos de la Facultad de Economía, con los que iba conversando, con su tono inconfundible de profesor, yo desde lejos sentí curiosidad por saber que hablaba.
Me acerqué. Escuché fragmentos que como fogonazos iluminaban el relato de una epopeya de la historia dominicana: la revolución constitucionalista, que ante la intervención militar norteamericana se creció transformándose en guerra de liberación nacional.
Recordé de inmediato que ese Vicerrector que marchaba reclamando el “Medio Millón para la UASD”, venía de las calles heroicas de la ciudad en armas, había luchado contra quienes violaron, primero la institucionalidad del Estado, y luego, la soberanía de nuestro país.
Ese Honorable, al hablar con sus alumnos era un eco de su presencia en esa épica lucha, emulaba a Neruda: “Yo estuve allí, y padecí, y mantengo el testimonio”.
Fue ese Vicerrector Administrativo quien redactó el proyecto de ley que justifi caba contundentemente este Medio Millón para la UASD. Fue tan rotundamente escrito, tan certeramente argumentado, ¡que el Dr. Balaguer tuvo que ceder! Atribuir al Honorable ese mérito, reconocer cuánto le agradece la UASD, no solo en cuanto a la ley bien hecha, sino a toda una vida académica de entrega y servicio, es una deuda pendiente.
En la República Dominicana, donde la memoria histórica se debilita en medio del decreto perverso del Neoliberalismo, el Honorable ocupó otras funciones públicas, todas orientadas por ese sentido transparente de ciudadanía honesta y de funcionario ejemplar.
El Honorable, fundó una universidad privada para concretar un modelo de estudios superiores no estatal con carreras necesarias para el desarrollo del país: la OyM, nunca aceptó recibir para ella subvención pública. En ella laboré como profesora en sus inicios.
Escribió libros, ensayos novedosos sobre economía, desde su visión múltiple de político-economista y maestro.
Y al incursionar en la política, primero en el Partido Revolucionario Dominicano, ya luego en la organización que fundó, la Alianza Social Dominicana, que luego, sirvió de plataforma legal para el Partido Revolucionario Moderno, del cual uno de sus hijos fue candidato a la presidencia, fue un ejemplo de verticalidad, de fuerza en la defensa de sus creencias.
He dado ya muchas pistas para que mis lectores identifi quen al Honorable, al que rindo tributo en este En Plural: Dr. José Rafael Abinader.
Merecía que las banderas ondearan a media asta el día que lo enterraron, porque defendió la soberanía nacional en la guerra de 1965.
Merece, y lo pido formalmente a las autoridades actuales de la UASD, un homenaje póstumo en esa Casa de Estudios.
La universidad a la que él llegó desde la lucha de abril, con un equipaje de convicciones tan fuertes, que lo acompañaron en esa gran aventura humana y ciudadana que fue su larga vida.
Fue mi amigo. Lo despido con pena pero también, con orgullo; trabajé a su lado, se mantuvo en el fi nal de su vida como compañero de partido. Ojalá su ejemplo motive a quienes participamos en los distintos espacios que honró, tratemos de ser como él, Honorables.