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EL BULEVAR DE LA VIDA

Jugando a matar la democracia

“HARTO YA DE ESTAR HARTO”. - El hartazgo ha de ser muy grande. Descomunal tiene que ser la decepción y mayor la desconfianza, para que unos votantes hagan presidente de un país a unos personajes que son la negación de toda decencia y el mínimo respeto hacia los demás, en especial hacia los sectores más vulnerables de la sociedad. Las humillaciones al pueblo alemán, resumidas en el Tratado de Versalles o el de Berlín, posteriores a la Primera Guerra Mundial, más la crisis económica y el empobrecimiento que todo ello generó, NO pueden justificar el surgimiento y auge de Adolf Hitler y el nacionalsocialismo, pero sí explicarlo. Y es que, como el Hitler que las humillaciones de la guerra y otros factores crearon, así van ahora las faltosas democracias occidentales creando impresentables personajes que son la expresión del hartazgo, la indignación, la decepción, la desconfianza del ciudadano hacia todo el sistema y sus instituciones, en especial hacia los políticos y sus partidos, el Congreso, la Justicia.

EL PERSONAJE.- Es a partir de todo lo anterior que, en Brasil, Jair Bolsonaro acaba de ganar convincentemente unas transparentes y democráticas elecciones. Hablo de un señor colocado no a la diestra del Dios padre, sino a la derecha del mismo infierno de todos sus odios. Nostálgico del horror de una dictadura a la que solo critica que haya torturado mucho “pero asesinado poco”. Joder. Hablo del tipo que aseguró a una diputada de oposición que no la violaba “porque ella era demasiado fea”. El que se declaró incapaz de amar a su propio hijo si este fuera homosexual, y dice estar convencido de que el negro brasileño no sirve para nada, “ni siquiera para procrear”. (Las confesiones y anécdotas de Berlusconi, Trump, Duterte, son de antología y asco, y cuando no superan a las de Bolsonaro compiten con posibilidades). Entonces, encajado el golpe, visto, oído y sufrido lo anterior, aterricemos en el patio nacional, pasemos a analizar los posibles escenarios que se presentan en la fauna política de la Dominicana, donde ya el nietísimo y defensor del más funesto de todos los tiranos del siglo XX latinoamericano, ¡y eso es mucho decir! supera en popularidad a todos los precandidatos presidenciales de todos los partidos minoritarios, con la única excepción de Guillermo Moreno.

“CON TRES PALABRAS SOLAMENTE MIS ANGUSTIAS”.- Tres condiciones se han de dar en una democracia para que surjan los Bolsonaro, Duterte, Trump, un Berlusconi: Crisis económica, crisis de autoridad expresada en violencia e inseguridad, y corrupción impune y exhibicionista. Vistas nuestras calles con su caos y sus jeepetas sin placas, las villas de ensueño y las fortunas tan meteóricas como inconmensurables, padecida la indefensión del ciudadano de a pie, o la angustia de una madre “porque su Paola no ha llegado y son las tres”, a nuestro país sólo le falta la crisis económica, que falle la estabilidad, baje el PIB, suba el dólar, “y la macro no pueda ya boronear (alimentar) a la micro”, para que aparezca victorioso un espécimen de los antes mencionado, y democráticamente, que es lo peor.

NI HÉCTOR MAGÍN RAMÍREZ REYES.- Como ven, de las tres condiciones necesarias para el surgimiento de un Hitler caribeño con votos, los dominicanos ya cumplimos dos, y la tercera condición (la que tiene que ver con la economía), depende del buen manejo (y algún freno a un nivel de endeudamiento que ya roza lo preocupante con vocación de insostenible), pero sobre todo depende de unos factores externos (dólar, commodities) que no pueden controlar ni la confianza que en los sectores productivos nacionales y los organismos internacionales genera la presencia de Héctor Valdez Albizu en el Banco Central, ni la eficiencia recaudatoria de Magín Díaz en la DGII, ni la de Enrique Ramírez en la DGA, ni los celos y cuidados presupuestales de Luis Reyes (DIGEPRES). ¡Ve qué vaina!

“TE LO JURO YO”.- Nuestras élites y los fácticos poderes del país tienen la penúltima palabra; la última la tendrá el pueblo dominicano cuando el hastío por el miedo, la indignación por la sempiterna corrupción se junte con un mal desempeño de la economía y se afecte la cobertura y la calidad de los servicios sociales que el Estado ofrece hoy a los más pobres, y disminuya el confort y la posibilidad del consumismo alocado de los más ricos... Sólo entonces, vencidos en el bar de nuestras nostalgias, como en el amor, ay, cantaremos a coro la copla de León y Quiroga: “Yo no me di cuenta de que te quería, hasta el mismo día en que te perdí...”. Para aprender a valorar la democracia nada como una dictadura, o sea, que tres siglos después, el dilecto e ilustrado de Voltaire sigue teniendo razón, “los pueblos, como los hombres, sólo aprenden sufriendo”.

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