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Los mandamases frenan la educación superior dominicana

El sistema educativo de República Dominicana continúa marchando a la zaga en todos los niveles, incluyendo las universidades. A este fenómeno se atribuye siempre la responsabilidad de la pobreza mental o económica en una gran masa humana del país caribeño. Sus gobernantes han sido señalados siempre como entes catalizadores de la situación, por lo que el drama no se limita a la educación inicial, primaria y secundaria, sino que se aposenta también en las altas casas de estudio.

A los políticos dominicanos les fascina el símil geográfico y las estadísticas relumbrantes. Pero en materia educativa, por ejemplo, después de seis años de la firma del pacto para la aplicación del cuatro por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) en ese sector la calidad enseñanza-apredizaje no muestra aún avances significativos. La más reciente prueba PISA volvió a demostrar deprimentes resultados y se espera como un desafío los datos que serán ofrecidos a finales del próximo año.

Pero donde no aparecemos en el mapa, es en las evaluaciones que se hacen sobre las mejores universidades en América Latina. Según la clasificación del grupo de educación superior QS, que publica cada año el Ranking Mundial de Universidades, cinco países de la región concentran las mejores 18 universidades. Ellos son Chile, Brasil, Colombia, Argentina y México, dejando los espacios 19 y 20 para las universidades de Costa Rica y La Habana, Cuba, según QS Latin America Rankings.

Las universidades dominicanas son el resultado de un sistema dual de educación, público y privado, en el que se ha establecido históricamente que el estatal no funciona con los estádares de calidad requeridos. Especialmente porque la educación se ha visto siempre, no como un proyecto de nación, sino como un proyecto político. Donde se fue degradando la autoridad ética, técnica, teórica, científica del conocimiento, para dar paso al clientelismo y la pérdida de confianza.

El Foro por la educación superior del futuro, convocado el año pasado por el Ministerio de Educación Superior Ciencia y Tecnología, buscaba promover la investigación para formar el pensamiento humano que necesita la sociedad de este siglo, pero se ha diluido en el tiempo. Al igual que los planteamientos para la acreditación de las universidades dominicanas a nivel internacional, así como la necesaria reforma de la ley 139-01 de Educación Superior, para adaptarla a estos tiempos.

En el país hay alrededor de 50 instituciones de estudios superiores, de las cuales 32 están en la categoría de universidades y se estima que sólo un 31 % cuenta con departamentos formales de investigación. Según la legislación para ser profesor de una universidad se necesita una maestría, pero no se especifica si debe estar vinculada con el área disciplinaria del maestro. También los programas de doctorados son limitados en el país.

Mientras tanto, la reputación internacional de las universidades dominicanas continúa a la deriva. Invierten sus roles, sin entender que en medio de las transformaciones que requieren y los avances en las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, la preparación o titulación del docente es solo un factor dentro de la calidad educativa. Que en la presente época hay que hablar de qué investiga esa persona, qué publica, cómo innova y qué nivel de actualización tiene en su labor.

Lo preocupante es que todavía ni siquiera esté en el debate la inminente transformación del sistema educativo superior de República Dominicana. Ni que la acción precise de mayor urgencia en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), que acaba de cumplir el 480 aniversario.

Donde los mandamases sustituyeron el proyecto de nación que debió prevalecer, por un proyecto político partidista que ha desgastado la dinámica institucional. Al margen de la inestabilidad económica, social, los bajos presupuestos, están la inseguridad ciudadana, educación deficiente y falta de acceso a cuidados de salud que tiene la mayoría de sus 200 mil estudiantes.

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